“La causa primaria del desorden en nosotros mismos es la búsqueda de una realidad prometida por otros”
-Jiddu Krishnamurti-
Tratar de vencer el marco paradigmático de la situación política que rodea a todos los españoles, es el reto al que se tiene que enfrentar todo repúblico que se precie de serlo, porque es esta condición vital y personal la que marca la diferencia frente a aquellos que adoptan una estética republicana como mero aditamento cosmético y que les adorna, de forma pasiva, mitigando su frustración ante la realidad que les rodea. Más allá de enfrentamientos reaccionarios, esta pugna debe ser entendida como una auténtica revolución que hay que iniciar en nombre de la libertad y la dignidad humana, contraviniendo así los deseos y fantasías del establishment. Renunciando con ello a cualquier premisa de orden ideológico -y por tanto parcial- en favor de la libertad política colectiva.
La condición de ignorantes, sumisa y servil, de la inmensa mayoría de los españoles frente al poder establecido y su aceptación acrítica de la gran farsa y mentira en la que están insertos produce que, inmediata e irreflexivamente, rechacen cualquier muestra de talento e iniciativa particular desarrollada al margen del aparato del Estado. Un Estado, distribuido en facciones, que es percibido como benefactor absoluto y por lo tanto, único responsable, garante y artífice de los males o bondades que les aflijan o enorgullezcan. Un aparato de los partidos estatales, que en su afán totalitario no ha dudado en destruir incluso la idea de la nación a la que dice representar, para anular la propia identidad de los gobernados y que así dejen de constituir una entidad corpórea que pueda enfrentarse a su poder omnímodo. Un Estado este que, en su concepción fascista y franquista, pretende integrar el espíritu de las masas en su interior, anulando a toda la clase gobernada y utilizando la nihilista socialdemocracia, como herramienta imprescindible, para obtener el consenso de toda la oligarquía que lo compone.
Es tan agudo el delirio colectivo en el que está sumida nuestra sociedad que el mero hecho de tratar de señalar lo evidente, la necesidad de unidad nacional como requisito previo e indispensable para cualquier Estado o Constitución (y que está al margen de cualquier consideración posterior e ideológica) se asocia, de forma casi automática, a la anterior dictadura del general Franco. Un régimen autoritario cuya forma de gobierno y ejercicio del poder estatal ha calado en todos ellos, impidiendo la reflexión sobre lo que significa la palabra nación y su precedencia temporal sobre la palabra Estado. ‘Si Franco era España, nosotros no somos nada’ se repiten una y otra vez, asiéndose de este modo a un deseo ilusorio que denominan ‘derecho a decidir’ y que expresa un sentimiento de rebeldía irracional frente a la opresión propagandística del ejercicio del poder faccioso vigente. Un eufemismo del inaplicable derecho de autodeterminación y que ninguna región, de cualquiera de las naciones históricas previas a la revolución francesa tiene, como bien señaló el líder ruso (y máximo exponente en la materialización de las ideas comunistas-marxistas) Vladímir Ilich Uliánov Lenin.
Como producto de este descomunal esperpento, que sin duda será estudiado como ejemplo del poder dominador que la apropiación de la cultura y las ideologías, por parte del Estado, puede ejercer sobre los individuos gobernados, se derivan ideas claramente patológicas y aberrantes cuya aplicación material no puede más que conducir al desastre y el fracaso colectivo. Profundizar en este aspecto y demostrar cómo el pensamiento ecléctico de la clase política, que atesora y monopoliza la composición del Estado, es incompatible con el enriquecimiento cultural de la nación, sería un tema extenso para desarrollar y analizar y creo debemos aplazarlo, por cuestión de claridad metodológica, hasta la llegada de próximos artículos.
Reconocer hechos históricos como el de un monarca Juan Carlos de Borbón, que participa (junto a líderes políticos de todas las facciones estatales) y diseña un golpe de estado militar ejecutado el 23 de febrero de 1981 y que ya gran cantidad de historiadores y periodistas de nuestro país conocen, asumir que el documento fundacional, de carácter reformista, que tenemos, y al que hacen llamar Constitución, fue creado en un despacho, en secreto y sin la participación del pueblo gobernado, reflexionar sobre lo que realmente constituye la parte formal de la democracia y que se desarrolla mediante la representación ciudadana frente al Estado y la separación de los poderes legislativo y ejecutivo, siendo contraria, por lo tanto, a cualquier concepto de consenso y de facciones estatales que representan ideologías, examinar toda esta información, analizarla y hacerlo bajo la luz que proporciona el conocimiento de que la política es la lucha de los individuos por alcanzar el poder, tiene un efecto enormemente desestabilizador y discordante en la psique de la mayoría de las personas. Descubrir finalmente esta realidad, oculta ante los ojos de todos nosotros y distorsionada progresiva e ininterrumpidamente por medios de comunicación, escuelas y centros de enseñanza, produce un miedo y desconcierto comprensible y lógico que, para cualquier profesional de la psiquiatría o conocedor de la psicología humana, no supone ninguna sorpresa y es representado bajo el nombre de disonancia cognitiva; es decir, una falta de correlación entre los conocimientos que tenemos asimilados en nuestro cerebro y la realidad que se presenta, retadora, ante nuestros sentidos.
“A veces, la gente no quiere escuchar la verdad porque no quieren que sus ilusiones se vean destruidas”
-Friedrich Nietzsche-
Para algunas personas, conocer y ver expresadas estas ideas, poderlas interiorizar y acomodar a su propia realidad tiene, sin embargo, un efecto liberador y les permite poder articular y ensamblar una serie de sentimientos -que habían tenido que ocultar y reprimir- en oposición a las ideas dominantes y compartidas por la opinión pública o publicada. No hacerlo de este modo, impediría una cierta integración social, acorde a lo dictado desde todos los medios de comunicación españoles y somete, la propia experiencia vital y personal, a lo considerado por la mayoría como políticamente correcto. Es decir, aceptar las premisas de este régimen, inhibe la expresión libre de la propia identidad política de cada individuo. Este proceso, abrazado con alivio por muchas personas, les permite equilibrar la realidad de los hechos constatados con los mensajes que son difundidos constantemente por la propaganda y que están presentes, de una u otra manera, en todas y cada una de las conversaciones más o menos informales entre los españoles.
De igual forma que la alienación a la que fué sometida la sociedad alemana, anterior a la llegada de Hitler al poder (y que se regía por un sistema de partidos estatales muy similar al que tenemos hoy en España), devino en una realidad material que hoy espanta a cualquier persona civilizada, las premisas equivocadas que hoy fundamentan nuestra situación política no pueden sino concluir en forma igualmente inesperada e indeseada, si continúan con la orientación actual. Esperemos y deseemos que no lo hagan mediante una materialización tan nefasta para la esencia humana, como la que acompañó al desarrollo del nacionalsocialismo alemán.
Es difícil y requiere de gran valor y honestidad personales, enfrentarse a todos los conocimientos y prejuicios que se acumulan a lo largo de la vida, para permitir una observación distanciada y con cierta perspectiva de lo que cada uno, en forma mecánica y por ello automática, asume como inamovible y certero. La práctica totalidad de articulistas y periodistas de nuestro país repiten con insistencia la palabra democracia que, por ser falsa en nuestra realidad política, se convierte en un adjetivo que trata de paliar los efectos y suavizar la mentira política que se oculta forma reiterada y sistemática. ‘Hombre, pero al menos tenemos más libertades que cuando vivía Franco’ es un argumento utilizado con frecuencia junto a otro bastante habitual en las conversaciones: ‘ninguna democracia es perfecta y todo es mejorable’ expresando con ello una patente cobardía intelectual y un profundo desconocimiento de lo que es la democracia formal en su origen etimológico y posterior desarrollo histórico a partir de la fundación de los Estados Unidos de América.
Cuando un régimen está basado en el poder de una reducida oligarquía política y en la anulación de la sociedad civil para conseguir una integración de su ‘espíritu dentro del Estado’ (un concepto asumido por el fascismo), jamás puede ser ni más ni menos democrático, simplemente es la dictadura de unos pocos mediocres, en la forma en que, ya en tiempos de la grecia clásica, expresó el filósofo Aristóteles y que deviene como forma degenerada de poder sin la virtud que se presume a las élites aristocráticas.
El miedo a lo desconocido, el temor ante la idea de la libertad propia y la ajena, y la negación constante de una evidencia que cada vez golpea con mayor insistencia nuestra realidad cotidiana, es lo único que nos aleja de la verdadera revolución pacífica, pero rupturista y radical, contra el sistema actual y vigente en toda la Europa continental. La asimilación progresiva de esta disonancia cognitiva de la que hablo en este artículo, es la única vía de escape realista y positiva frente a la gran mentira que se esparce, como una gigantesca mancha de alquitrán pegajoso, en las aguas del gran océano que constituye nuestra sociedad.
Y ahora corran… ¡corran todos a votar!