Fernández Bermejo (foto: JSRM) Si el poder legislativo no puede provocar una crisis de Gobierno, y el judicial no puede enjuiciar a sus componentes, el gobierno es tiránico. Un Gobierno tiránico ni se consiente, ni se acepta, ni se apoya; sólo se acata. Y quienes lo hacen esperan que las buenas maneras puedan, al menos, mantener la apariencia de decencia en lo político. Pretenden que aquellos que cometen los crímenes más atroces amparados en su poder, dimitan limpiamente. Es decir, dejan a la hipocresía el trabajo de la verdad. Olvidan, por incapacidad mental o por falta de voluntad, que sin libertad política no sólo el resto de libertades son una concesión envenenada y vacua, sino que es imposible la dignidad.   Si el señor Fernández, en lugar de matar una vieja res, hubiera matado a una vieja usurera, no sería Fernández sino Raskolnikov. Siendo Raskolnikov Bermejo habría dimitido de la monstruosa amoralidad convirtiéndose en cristiano, sí, pero para seguir siendo nihilista. Lo cierto es que la dimisión no es un acto restringido a lo estrictamente moral. La dimisión es un comportamiento individual destinado a salvaguardar la dignidad de todo el sistema al cual está vinculada. Siendo un gesto de decoro, no es un acto de contrición ni de expiación ni de utilidad corporativa. A excepción del señor Pimentel, todos y cada uno de los dimitiendo de la Transición han mentido sobre los motivos de su abandono a la sociedad española. Y precisamente admitiendo aquello que debería avergonzarlos: cuando se marchan no lo hacen por lealtad a la institución que encarnan, sino por fidelidad al partido que los ha aupado hasta la poltrona.   Según sus propias palabras, el exministro ha pretendido mantener el statu quo partidista. El Presidente del Gobierno, a las pocas horas de aceptar la dimisión del ministro, defiendía en televisión el decente proceder de su hombre en Justicia comparándolo al de Federico Trillo en el caso del Yakolev. Sí, la partidocracia se reafirma en los escándalos del pretendido oponente -¿qué sociedad puede contentarse con algo así?- y la desvergüenza del señor Fernández inunda de inmundicia el Poder Judicial, el Ministerio de Justicia y el Gobierno (como instituciones), para salvar el partido al que pertenece el “proyecto” que dice apoyar y con él su propia vanidad. Pero, sin proponérselo, el ministro ha cumplido con el verdadero espíritu de la dimisión: mirar, reproduciendo los comportamientos identificativos, por el régimen que lo acogió. La Monarquía de Partidos.

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