Una situación dilemática se produce cuando las alternativas ante la situación conducen a la misma conclusión o son igualmente buenas y males.
Jorge Joaquín Martínez a quien no conozco, y además los Martínez son muchos, volcó en una carta de lectores una breve pero brillante meditación sobre Venezuela. Primero, afirmando como Noam Chomsky que su régimen es un desastre, pero que no se les vaya a ocurrir a las fuerzas armadas dar un golpe de Estado porque en ese caso serán demonizadas por el mundo massmediático internacional y terminarán siendo los auténticos derrotados.
Entonces nos preguntamos, qué cabe esperar. ¿Qué Maduro se transforme súbitamente en un estratega como Bismark o como De Gaulle? ¿O qué Venezuela se desangre y se hunda en el pozo negro de la nada?
Todo indica que es más probable lo segundo que lo primero.
El régimen soviético tardó setenta años en disolverse y lo hizo a través de una implosión interna producto de sus propias contradicciones. Su costo fue de 40 millones de muertos.
La historia reciente nos enseña que el marxismo, el comunismo, el castrismo, incluso el socialismo, no dejan nunca el poder sin costos altísimos en vidas. Hay que recordar el récord del Pol Pot en Camboya que asesinó en noventa días 2,5 millones. Venezuela lleva solo ciento treinta. Cabe esperar muchos más muertos.
Macri, ingenuamente, piensa que Maduro no puede dormir por los muertos que caen en su conciencia, sin darse cuenta que el marxismo, el comunismo, el castrismo e incluso el socialismo son, antes que nada, anticristianos y por lo tanto, los hombres no son personas sino solo individuos, engranajes de la revolución, de los que no se sienten responsables.
Los valores que mueven a los mass media internacionales son dos: en economía el libre mercado y en cultura, la izquierda progresista. Y el régimen de Maduro cumple con ambos a raja tabla. Le vende su petróleo a los Estados Unidos y, de la mano de los cubanos, proclama el socialismo del siglo XXI.
Muchachos, los venezolanos están muy jodidos.