Llegó Susana –tras años de valientes titubeos acompañados de firmes amagos– y anunció que se apunta a la carrera por la Secretaría General del PSOE. La puesta en escena del hecho explica el porqué de la demora. Pero veamos antes las entrañas de esta lucha por el poder en el seno del estatalizado organismo socialista.
La única pregunta relevante para dilucidar quién ganará la batalla por el poder en el PSOE es con qué apoyos cuenta cada uno. No importa que el discurso de Díaz tenga el contenido intelectual de una mortadela con aceitunas ni que Sánchez sea un aventurero dispuesto a todo con tal de tocar poder. Díaz y Sánchez son los mimbres que tiene el PSOE y representan a la perfección la actual degeneración moral e intelectual del partido. Están ellos porque eso es lo que el PSOE es hoy. No da para más. Son ramas que nacieron secas de un tronco largamente podrido.
Existen dos tendencias que indican que la victoria de Sánchez es posible. Por un lado, desde las primarias que enfrentaron a Borrell y Almunia, siempre que el PSOE ha dado voto a sus militantes para elegir a su jefe, éstos han elegido al candidato que se enfrentaba al establishment del partido. Y por otro lado, existe hoy una tendencia internacional de rebelión contra toda clase de establishment (Brexit y Trump son la factualización de esta inercia); esta segunda tendencia no es crucial en este caso, pero sí contagia un estado de ánimo y suma.
Díaz se ha rodeado de la plana mayor socialista de los últimos 40 años. La demora se ha sustanciado en todos los contactos necesarios para asegurar estos apoyos y, posteriormente, cuadrar todas las agendas para que estos avales tuvieran presencia en el acto. La traducción de este teatrillo es: Yo soy la única heredera legítima del partido y el otro es un aspirante a usurpador. Díaz y Sánchez son productos del setentayochismo: ambos instrumentalizan la ambición de poder con el personalismo y desdeñan toda argumentación que deba sustentarse en un programa de acciones políticas concretas y detalladas.
Susana tiene el gesto de quien juega con cartas marcadas. La Ley de Hierro de Michels opera a su favor. Su sonrisa desencajada no es la de una persona con seguridad en sí misma, sino la de quien tiene la certeza de hechos por suceder. En su discurso estuvo tan cerca de hacer pucheros como previsible es el pucherazo para que gane quien debe ganar para que gane el establishment.