MARTÍN-MIGUEL RUBIO.
Mientras la Iglesia sea rica y opulenta la tiara del Papado yacerá en el barro. Ser supremo pontífice de la Iglesia no es sinónimo de Presidente Ejecutivo de la plutocracia financiera vaticana, antes lateranense. Benedicto XVI ha dimitido no para vender el Papado como hiciera otro Papa Benedicto en el Siglo XI, vendiéndolo a su padrino, Giovanni Gratiano, que llegaría a Papa con el nombre de Gregorio VI, por 1.500 libras de oro. Benedicto XVI no ha dimitido desde luego por codicia, sino seguramente porque le faltan ya las fuerzas físicas para limpiar la Iglesia de tanta corrupción inveterada. Vivimos efectivamente tiempos de corrupción.
Es evidente y muy palpable que la parte de la iglesia más conservadora ( parte, por lo demás, muy amplia, excesivamente amplia ) y el sector del clero más clerical no gustan mucho del nuevo Papa Francisco, y de hecho apenas pueden contener su disgusto hacia este nuevo Papa, recién coronado con el blanco gorro frigio. O les da miedo lo que entrañan sus gestos ( la conversión de una Iglesia presuntamente riquísima en una Iglesia pobre, compañera fiel de los indigentes del mundo ) o piensan que sus gestos responden sólo a pura teatralidad o histrionismo argentino, más peronista que borgiano, desde luego. Y es que suponen que tras sus gestos no habrá nada, y se volverá a la pura rutina vaticana. Lo mismo que ocurrió con el fariseo obispo Fernando Lugo, presidente del Paraguay, que tras una retórica populista incendiaria dictaba en realidad una política conservadora y le salían hijos hasta por las orejas, dejando en seco de comerse el mundo. Pero lo que nos sorprende es que la Iglesia peregrina, tras haberse desvelado hace ya seis siglos que el testamento en el que se veía consignada la donación de Constantino era realmente una maravillosa falsificación, proeza paleográfica llevada a cabo por el monje Cristóforo ( que sólo cometió el error de utilizar el título de “Papa” dos siglos antes de que se empezase a utilizar ), no sea ya rotundamente pobre, empezando por el Vicario de Cristo, cuya magnífica autoridad no olvidemos que es espiritual, y no temporal. ¿Por qué no va a vivir la autoridad moral más fascinante del mundo en una habitación del Colegio Santa Marta, Colegio en el que, por cierto, no se come especialmente bien? ¿Es que somos tan mundanos ya que sólo reconocemos una autoridad espiritual si camina rodeada de boato? ¿Y en todo caso la Iglesia de Jesús va a tener los mismos prejuicios pecaminosos que el mundo? ¿No podrán reconocer sublime nuestros sacerdotes a un Papa pobre? ¿Tanta mundanidad ha infectado la entraña de la Iglesia?
Por lo demás, los períodos de peniocracia en la Iglesia han sido siempre periodos de expansión ejemplarizante, en donde Papa y clérigos apasionados se han parecido más al “pobre” Jesús, mientras que las épocas de “pornocracia”, expresión renacentista del cardenal Baronio, para calificar los tiempos de Papado gobernado por Marozia y sus hijas, han solido poner a la Iglesia en la situación límite de horizontes de ocaso, al que no se ha llegado del todo porque sin duda la Iglesia es una institución sobrenatural y transcendente.
Yo veo que Francisco es el Papa que hoy más que nunca necesita la Iglesia. Así, las primeras alocuciones del Santo Padre desarrollan tanto un sano Derecho Cosmopolita, con claros ecos erasmistas ( “mundi civis” ), como un muy santo Derecho Internacional Público. El Papa, muy preocupado por los Derechos Humanos, parece considerar que la ciudadanía actual, cristiana o no, tiene muy serios deberes respecto a las próximas generaciones de seres humanos e incluso de otros seres vivos de la Creación. Los cristianos tenemos la sagrada obligación de dejar una Creación en donde las generaciones futuras puedan disfrutar de la felicidad que comporta ( “eius beatitudine perfrui posent” ) y de los derechos conseguidos por las criaturas. Igualmente estas generaciones deben poder seguir accediendo al saber acumulado de los ancestros.
Los Derechos Humanos, fundamentados ya éticamente desde hace muchas décadas, encuentran en las manos del Romano Pontífice una fundamentación religiosa. Cuando el nuevo Romano Pontífice lanzó una acerba crítica furibunda contra el Director de Cáritas bonaerense que había despedido a un viejo colaborador ofreciéndole una cena-homenaje de 250 pesos el cubierto, estaba revelándonos que no consentirá que la Iglesia acabe siendo un negociete como cualquier ONG. Porque la Iglesia es algo muy serio; la Iglesia fue fundada por Jesucristo.
Francisco es un Papa que aunque jesuita prefiere la defensa de la doctrina de Jesús en el fragor de la calle que en el cómodo silencio de unos ejercicios ignacianos. Los mejores ejercicios espirituales son la práctica diaria y valiente y resolutiva de la defensa de los ideales humanistas de Cristo, tan humanistas que son los únicos que nos redimen y nos salvan. Para servir a Cristo, para servir a la Iglesia, para ayudar a los demás hombres a reconocer su destino eterno, no es indispensable abandonar el mundo o alejarse de él. Los Apóstoles recibieron de Jesús la misión de santificar el mundo desde dentro.
“Nueva Evangelización” es el concepto clave del nuevo Romano Pontífice, que supone para muchos católicos estrenar por primera vez el Evangelio, soslayado muchas veces por la sola piedad. La soberanía de Nuestro Señor Jesucristo sobre el mundo y la historia en toda su amplitud exige que sus discípulos nos empeñemos con todas nuestras fuerzas en la edificación de su reino en la tierra. Una tarea que requiere no sólo amar a Dios con todo el corazón y toda el alma, sino amar con caridad afectiva y efectiva, con obras y de verdad, a cada uno de nuestros semejantes, y de modo especial a quienes se hallan más necesitados. Nunca podremos resignarnos a la injusticia social que tantas veces crea el herido corazón humano. O encontramos en los pobres a Jesús, o no lo encontraremos nunca. Jesús resucita en cada necesitado, y no olvidemos nunca que “Gavisi sunt discipuli viso Domino”.