Di con el maestro Dalmacio Negro por casualidad (aunque no creo en ellas) leyendo el libro del profesor Miguel Ayuso ¿Ocaso o eclipse del Estado?: las transformaciones del derecho público en la era de la globalización, en el año 2018, topándome con diversas citas, pero, sobre todo una opinión del autor del libro en la página 34, nota al pie 1, del capítulo II en la que se desarrolla su reflexión titulada Del gobierno al Estado (¿y vuelta?). El profesor sostiene en dicho pie de página: «También son notables las páginas de Dalmacio Negro, La tradición liberal y el Estado, Madrid, 1995, no obstante, el discutible significado que el autor da al liberalismo». En aquellos años había terminado la carrera de Ciencias Políticas en la Universidad Nacional, y aún mis intereses académicos estaban dispersos en lecturas propias de un reciente egresado. Desde el momento en que encontré esa cita, inicié una búsqueda en Internet de más materiales acerca del académico citado por el profesor Ayuso, teniendo en cuenta sus elogiosos conceptos.
Condensar en pocas líneas la enorme influencia que generó en mí desde el momento que tomé contacto con su producción intelectual, es tarea imposible. Desde aquellos días, entendí que estaba frente a un pensador que me ofrecía una gama prácticamente interminable de herramientas para iniciar la tarea que, en las anémicas facultades hoy día, está absolutamente fuera de las posibilidades. Pensar. Paradójicamente, inicié mis lecturas de las obras del maestro, con su magna obra El mito del hombre nuevo, el cual, a mi modesto entender, conecta al pensamiento del ilustre don Dalmacio con el nervio fundamental de la reflexión política que en sede occidental, es el de la naturaleza humana y por ende, el antropológico.
Con el maestro, empezó mi caminar por el sendero absolutamente inexplorado en mi país. Pensar la naturaleza humana no como una variable idealista o utópica dentro del arco de posiciones impolíticas, sino precisamente como una constante radical que permite la inmersión del hombre en la posibilidad de lo político y con él, la de la libertad que, a su vez, conllevará la posibilidad de los conflictos, abrió para mí un panorama novedoso, amplísimo. El panorama general que conduce a la tradición de la libertad. El panorama que conduce específicamente, al condensado profundo y medular de la llama del conocimiento del maestro que ilumina las tinieblas en un tiempo de absoluta oscuridad intelectual.
El trajín del día a día y mi historia particular de poder acceder a un pequeño espacio desde el cual contemplar el ejercicio del poder, logró poner la dilatada mirada del maestro y el conjunto de sus reflexiones en el centro de mis análisis para entender especialmente la nueva realidad que me tocaba iniciar, vivenciar. No obstante, mis lecturas continuas de los trabajos de don Dalmacio, me hicieron llegar hasta la web del seminario Luis Diez del Corral en el que, utilicé el formulario para intentar entrar en contacto con él. Debo confesar que nunca pensé en recibir una respuesta, no precisamente porque don Dalmacio no estuviera interesado, sino porque, dado el nivel principiante del pequeño escrito que envié a modo de presentación, no creí que fuera de ninguna manera relevante para ser considerado como miembro del seminario. De todas formas, no perdía nada en intentarlo.
El primer momento feliz llegó en mayo del 2020. Recibís en nombre del seminario, la respuesta del ilustre don Alonso Muñoz Pérez, de que el maestro estaba al tanto de mi existencia. Suena exagerado, pero con ese correo me sentí profundamente satisfecho, pues con el correr de los dos años que llevaba leyendo a don Dalmacio logré dimensionar a qué coloso del pensamiento estaba conociendo. Sé que, luego de casi dos semanas de la convocatoria suya a la casa del Padre, mejores plumas que la mía han expresado la hercúlea dimensión del maestro, pero, en mi caso debo admitir que no puedo encontrar los adjetivos correctos.
No puedo encontrar los adjetivos porque un par de semanas luego de recibir el primer correo de don Alonso, volví a recibir uno, pero ya con el enlace para acceder a las sesiones del seminario Luis Diez del Corral, dirigidas por el maestro Dalmacio Negro. Y ese correo lo cambió todo. Las sesiones del seminario de cada semana, académica, personal e intelectualmente representaron un antes y un después en todo sentido, para mi formación. No exagero.
No exagero porque pasé de leer a un gigante a poder saludarlo; de hojear sus libros a preguntarle directamente qué pensaba sobre determinados tópicos; de leer sus objeciones a algunas ideas a presentarle personalmente mis propias (infantiles y minúsculas) opiniones; de ver los vídeos que están colgados en la nube y tomar infinitos apuntes para armar esquemas a mostrarle personalmente algunas ideas acerca de las suyas… Pasé de estar en las gradas mirando a los gigantes a compartir con uno de ellos. Sencillamente sigo sin poder creerlo.
Don Dalmacio me acogió con entusiasmo en el seminario. Siempre, siempre me saludó preferentemente con un «¡Oscar! ¿Cómo está usted? ¿Qué cuenta el Paraguay?». Alguna vez le granjeé algunas risas al decirle que me sentía como una suerte de corresponsal del seminario desde la «España del otro lado del charco, pero al sur», y otras muchas veces, estoy seguro de que guardó un misericordioso silencio ante la catarata de ideas que le compartía. Con el correr de tiempo y a la luz de sus reflexiones, entendí que muchas de las reflexiones que compartí con él, las tenía presente. No puedo negar mi inmenso orgullo. Un gigante como él, tomando apuntes del último en llegar.
No puedo negar que cuando empezamos a charlar en el seminario sobre René Girard, sentí el mayor desafío de mi vida. Lo explico brevemente. No recuerdo qué libro habíamos terminado e iniciamos el siempre interesante debate sobre qué autor estudiar. Tampoco recuerdo quién lo propuso, pero sí claramente el maestro decidió que leamos Veo a Satán caer como un relámpago del antropólogo francés. Creo que por mi continuo uso de la palabra acerca de la obra del autor, don Dalmacio decidió que yo diese la exposición de apertura del libro y, con una reseña de las principales herramientas teóricas. Nunca estuve más nervioso, soy sumamente honesto. Debía no solamente hablar de quién es según varios referentes intelectuales «el nuevo Darwin de las ciencias sociales» frente a un académico de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Gracias a Dios todo salió bien y don Dalmacio estuvo conforme con la exposición.
Don Dalmacio, con el correr de estos maravillosos años compartiendo con él, moldeó mi manera de encarar las cosas. Permitió que pueda iniciar cada año, frente a un nuevo grupo de alumnos, con entusiasmo y pequeñas nuevas ideas. No podía ser de otra manera pues, el maestro con más de 90 años lo hacía cada semana conmigo. Don Dalmacio me hizo entender que lo verdaderamente real era discrepar de lo corriente, buscar la realidad de las cosas, ir a la esencia de lo político (leyendo a Julien Freund y a Bertrand de Jouvenel) para encontrar las regularidades en las que se asienta la posibilidad de la política de los hechos, en la que lo importante es la naturaleza y la razón, que escapa de la voluntad y el artificio (Oakeshott), en donde la libertad entienda que los deseos miméticos (René Girard) disponen al conflicto que el orden político, al ser la piel de todo lo demás (Ortega), debe gestionar.
Don Dalmacio me demostró que su generosidad estaba fuera de todo límite. En el año 2024, en medio de una postulación en la que estuve, le llamé por teléfono para consultarle si podía ponerlo a él como parte de mis referencias académicas. No solamente me dijo que sí, sino que puso a disposición su teléfono para que lo llamen si necesitaban referencias mías. Recuerdo emocionado, que no me salían las palabras de agradecimiento. Un absoluto gigante, a disposición de alguien que aún daba sus primeros pasos.
Querido maestro. Gracias. Gracias por darme la oportunidad de compartir contigo las más valiosas horas que pude tener en mi vida intelectual. Gracias por recibirme en medio de aquellos que ya llevan décadas incluso al calor de tus enseñanzas. René Girard, autor carísimo a mis afectos al que conocí gracias a usted, querido maestro, sostenía que el deseo mimético puede ser interno o externo. Internamente es fuente de conflictos por la mínima distancia, pero, en su dinámica externa, dada la lejanía física o espiritual, es fuente de locura, aprendizaje o admiración. Don Dalmacio, René Girard y su maravillosa obra sobre la filogénesis humana, me permiten entender la profundísima admiración que en vida le tuve y que ahora, no deja de crecer.
Gracias, maestro. La fe que profesamos nos augura encontrarnos un día. ¡Nos vemos!