Barack Obama (foto: Daniella Zalcman) Barack Obama ha conseguido la nominación demócrata tras fajarse en unas prolongadas primarias con la obstinada y ambiciosa Hillary Clinton, que no descartará adherirse a la candidatura de Obama como la futura vicepresidenta. Frente al “coro de cínicos que nos han dicho que no podemos hacerlo y acusado de ofrecer falsas esperanzas” al que aludía Obama en su más célebre discurso, ahora resalta más que nunca el “Yes we can”. El candidato demócrata a la presidencia está dispuesto a seguir las “huellas hacia la libertad” marcadas en “la historia diferente de EEUU”. El nacionalismo imperialista y la demanda alarmada de protección frente a difusas y globales amenazas se han incrustado en la sociedad estadounidense, y ésta ha aplicado las reglas democráticas a favor de la elección de Presidentes que hicieran guerras exteriores y que mantuvieran fuerzas de ocupación en los países vencidos. A pesar de su propio imperialismo y de brutales nacionalismos, de guerras mundiales y civiles, y depresiones económicas, han conseguido preservar durante más de dos siglos la separación de poderes, es decir, la Democracia, y la independencia de la sociedad civil. “El pueblo pasa en un abrir y cerrar de ojos de la esclavitud a la anarquía; en medio de este tumulto general no se oye más que un grito: ¡Libertad! Pero ¿cómo preservar este don precioso? Nadie lo sabe” (Diderot). Desde luego, no lo consiguió la Revolución francesa que destronó al Rey absoluto para entronizar a la Nación o el Pueblo, cuya soberanía absoluta fue asumida por unos “metafísicos” representantes, instaurándose la oligarquía de la clase política. Y en la Revolución rusa, el Partido Único arrebató al Zar la soberanía autocrática del Estado, haciéndolo totalitario. Las ficciones representativas, la irresponsabilidad de un poder sacralizado y el desprecio partidocrático de la compleja autonomía de la sociedad civil, siguen enseñoreándose de la vieja Europa. En el nuevo mundo de la libertad política, las Enmiendas Constitucionales de 1791 fueron presentadas por Madison como “barreras contra el poder en todas las formas y en todos los comportamientos del gobierno”; lo que constituye una legitimación democrática del ejercicio del poder. Sí, ellos pueden; nosotros, todavía no.