España en fiestas es tiempo de voladores, como llaman en el Norte a esos cohetes del Sur que suben el cielo como Lucas Vázquez la banda, haciendo la cabra, y terminan en un ruido que vuelve loscos a los perros.
En Santander, por Santiago, “Harry”, el teckel de unos amigos, se quedó en casa con el balcón abierto porque sus amos salieron a cenar. Al poco estallaron en la ciudad unos voladores y “Harry”, anonadado, se arrojó por el balcón y cayó al bar de abajo previo rebote en un toldo que amortiguó el talegazo. Un camarero reconoció a “Harry”, pero el perro, todo susto, no se dejó atrapar, y corrió, despavorido, calle abajo. Cruzó la terraza donde cenaban sus amos, que lo vieron como una exhalación. “¿Has visto?” “Sí, es igual que ‘Harry’” Entonces llegó el camarero que lo seguía: les gritó “¡Es ‘Harry’! ¡Es ‘Harry’!”, y allí mismo les dio el relevo de la carrera. “Harry” corrió y corrió, como un diablo corría, en dirección al puerto, donde al oler el agua se tiró de cabeza como si estuviera en llamas y necesitara apagarse. Un turista madrileño que paseaba por el lugar y que vio la escena se lanzó vestido al mar, rescató a “Harry” y lo entregó a sus amos.
Un caso parecido he vivido en un pueblo del Norte con los voladores de San Roque. A media tarde, el “armero” del pueblo disparó una andanada de voladores, que es su forma de decir que los vecinos están contentos, pero el perro, con el susto, se soltó del amarre y se refugió en unos ultramarinos donde el gato, que dormitaba sobre el saco de las fabes, saltó sobre unas turistas gallegas a las que casi saca los ojos y que luego, con ensalmos, sacaron al perro del shock. “Son los putos voladores”, decían, “hay que envolver al perro con algo de ropa hasta que se calme”, y una se quedaba en sostén por arroparlo con su camiseta.
No es uno Greta, la Sor Lucía (Dos Santos) del Mainstream, pero si prohíben en la procesión del Carmen tirar al agua flores porque dañan al mar, ¿no pueden prohibir tirar voladores al cielo que dañan a los perros?