La oposición nominal no está dispuesta a que el juez Garzón, acogiéndonos a la insuperable cursilería de su hagiógrafa Pilar Urbano, siga viendo amanecer desde la Audiencia Nacional, teniendo en el punto de mira a los dirigentes del PP y a su entorno de traficantes y comisionistas varios. Las instrucciones que prepara esta estrella del firmamento judicial tienen un regusto prevaricador que solivianta a las huestes de Rajoy, que se han convencido de la necesidad de inhabilitarlo, dada su escandalosa parcialidad y la manifiesta intención de dañar los intereses electorales de la derecha estatal, y por tanto de favorecer al PSOE.   Baltasar Garzón  (foto: eitb24.com) Para los griegos era propio de la naturaleza humana buscar ese profundo reconocimiento de la comunidad que es el kleos y el kydos (la gloria y la consideración), pero ¿por qué es tan difícil curar a los hombres de la presunción y llevarlos a una aceptación lúcida y serena de sus condiciones? La vanidad, al ser una admiración de sí mismo que se funda en la que uno cree inspirar a los demás, brota de la vida social, pero es como una enfermedad innata, originaria, más universal incluso que el egoísmo.   Si nos metemos en vericuetos psicoanalíticos, nos topamos con que la obsesión exhibicionista depende íntimamente del complejo de castración -se acentúa la integridad de los propios genitales y se renueva la satisfacción infantil que se experimenta al comprobar la falta de miembro en las mujeres-. Por otro lado, el alcance de los medios de comunicación alimenta la glotonería narcisista y fomenta el deseo enfermizo de vanagloria.   El ansia de notoriedad, de fama, pueden estar unidos a un carácter débil: sin confianza en sí mismo, sin valor (o con una valentía que venga acompañada por un tintineo de condecoraciones); con un mayor deseo de venganza, con menos franqueza, y más sospechas y astucias. Las personas de espíritu ambicioso -que compensan su mediocridad con una intensa actividad- que se encuentran bajo el manto del poder, piensan que las necesidades del Estado son las de sus almas mezquinas. El juez Garzón, ajeno al espíritu de la democracia, trata de seguir reforzando con su conducta, la Monarquía de un partido estatal más que del otro.

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