Fred Astaire (foto: danceonair1986) Vals a traspiés Tú, en esa contradictoria aniquilación creativa, escribirías quizá que los vencejos se empeñan en llevarte lejos de los hombres. Dirías que así ocurre en todos los iris y, claro, tu imagen reflejada en tal espejo estaría perfectamente de acuerdo en que la soledad es un mal necesario de la aristocracia espiritual. Después, mientras los invitados van llegando, refunfuñarías esas y otras muchas cosas arriba, en la habitación, decidida a no salir nunca más, como hacen las tontas niñas tontas. Pero yo te digo que con los primeros compases de la orquesta sobornada, volverás caída en gracia a la tierra; te arrastraré con firmeza hasta el centro del parqué no para que seas protagonista, sino para que dejes de serlo dentro de ti. Entonces… un dos tres, un dos tres… será cuando te tome por la cintura sonriendo chulescamente, porque sabré que forcejeas sin voluntad de liberarte y porque sabrás que ciño tu talle sin querer someterte. Vuelta y… ¡un dos tres, un dos tres! Acerco traidor la boca a tu pelo y le digo: Quieres olvidar la Naturaleza para ser más intensamente tú y no eres capaz de pasar un minuto sin volver a ella a través del arte. Atenta, la orquesta afirma con oficio y brío: ¡un dos tres, un dos tres! Me miras indignada y estás a punto de decir algo que pueda doler íntima y superficialmente, pero nos obligo a girar para que te aferres sin remedio a mí, un dos tres un dos tres, hasta casi la risa. Quieres que la nostalgia fingida sustituya a la melancolía y eso es pretender que la obsolescencia ocupe el lugar que en todo lo vivo tiene la esperanza. No, calla, ¿no ves que viene?… un dos tres, un dos tres… Así bailamos el vals antihorario hasta que llega un leve empujón y nuestros brazos se desatan. Caras, piruetas, un saludo y discúlpeme, un dos tres, un dos tres, desapareces entre la gente. Otra vez te encuentras rodeada de aquello que sin querer eres y, sintiéndose engañados, los vencejos de la soledad imposible te dejan descansar. Estás de nuevo en la vida, estiércol y amor. Sí, el lugar donde los unos quieren abrazarte y quien tú quieres no. La Tierra sigue existiendo tras las ventanas, en las conversaciones, los mataderos… y no al final del ojo invertido que has fabricado; vuelves a estar, un dos tres y un dos tres, en la belleza compensada con libertad, en la habitación vacía de la joven mimosa, en la mente atraída hacia todas las criaturas. Ahora tú eres el mundo y yo… yo… ¡un dos tres, un dos tres!… fin de salón.