¡Es Supermán! (foto: Dude Crush) Valores a la carta ¿Qué tipo de sociedad considera un buen valor no tener valores? ¿Qué tipo de individuo cree que no tener prejuicios no es un prejuicio absurdo? Si existe algo más despreciable que las justificaciones o las críticas de quienes, entendiendo lo que significa la libertad, no luchan por conseguirla, es la personalización de los valores. No es extraño que estas lacras mentales habiten tantas veces en la misma persona; no es extraño que espectáculos como la posición oficial española ante la ofensiva israelí sobre Gaza o el paródico juicio a los políticos vascos, conduzcan a este delirante nihilismo. El oportunismo moral, consecuencia de la servidumbre política y causa del afán de éxito social, explica cómo una sociedad incapaz de volver a creer en la generación espontánea de los seres, absolutamente cerrada al creacionismo biológico y filosófico (no, todavía, al teológico), sigue defendiendo, como si de una posición elegantemente respetuosa se tratara, la generación espontánea de los valores. Pensar que puede surgir algo de la nada, o que no es necesario esforzarse en comprender y criticar la propia cultura, es decir, ser culto, porque el humano es capaz de imponerse con la sola fuerza de su espíritu omnipotente a las propias condiciones sociales que lo han visto nacer, algo tan imposible como pedir que el individuo se imponga a la determinación anatómica de su especie, nos hace sentir menos la insoportable gravedad del no ser político. De ahí al planeta Krypton hay sólo un paso. El ciudadano sin hogar necesita volar hasta los espacios de la fantasía para aliviar el lastre que la obediencia ciega impone a su cerebro. Pero, amoral por decreto progresérrimo, también el héroe necesita de las cosas más sencillas para saberse ligado a lo tangible. Por eso el superhombre conquista a todas las mujeres y asusta con la fuerza de sus puños a todos los chulánganos del universo. Y mientras esto ocurre en el pasacalles, los verdaderos héroes, es difícil no conocer alguno aunque fácil no reconocerlo, habitan un mundo sin brillo o éxito de por medio. El universo en el que los puños y los labios carnosos siguen existiendo, pero con menor solemnidad.