Ash (foto: owenbooth) Valor del valor Un dominante macho de chimpancé mata de un mordisco en la cara a una de sus propias crías durante un ataque de cólera juguetona. Nadie piensa que esté chiflado. Muchas teorías pueden explicar este extraño comportamiento. El teólogo enseñará que el don de la moralidad maniquea no es gracia de los primates inferiores, por voluntad de Dios; el filósofo dará una visión atea del mismo razonamiento y descubrirá una categoría imperativa ausente en la mente de la bestia. El psicoanalista desarrollará el mismo concepto a través de la anatomía y conseguirá exponer una fisiología social del deber que llega a manifestrase en el individuo en forma de inconsciente reprimido, pero quizá no sepa decidir hasta dónde expresan esta carga los animales. El biólogo observará en la acción una reafirmación social que permitirá al jefe del grupo purgar genéticamente la comunidad y volver a cubrir a las hembras en mejores condiciones. En realidad, los tres primeros dicen lo mismo. Y para todos, un interés previo y superior disipa la posibilidad de patología. Un chimpancé de rango menor levanta el teléfono. Compra unos miles de títulos de, por ejemplo, Telefónica, una sobada empresa ejemplo de liberalismo económico y de suculencia partidocrática. Puede hacerlo desde casa, con pleno anonimato, sin dar explicaciones. Como las acciones, cualquier producto bancario espera en el escaparate para él. La economía es tan poco científica como la política. Jamás dejará de girar en torno al valor que se da al valor de las cosas (dinero, participación, título, información y ahora, haciendo su entrada espectacular, el acceso [Jeremías Rifkin], el arrendamiento infinitesimal). Y el valor del valor está directamente relacionado con la capacidad que la población tiene de decidir su propio futuro. En sociedades en las que la sensación de vivir en una de jaula de oro se extiende como la peste, casi siempre con toda justificación, es absolutamente lógico que el valor del valor suponga una atracción más jugosa que el valor de las materias o las actividades. Cuanta menos libertad existe, más necesidad de acceso al capital fantasma. Esta degeneración hasta la animalidad, que ha convertido la codicia y la seguridad irresponsable en consumibles, ya ha sido nacionalizada; y la nacionalización técnica (y casi exclusivamente nominal) de la banca no la detendrá. Mientras sufre presa de intereses ajenos que lo dominan, un pánico tan estatal como lo fue su lucrativa seguridad, podemos llamar loco a este chimpancé.