La unión del tercio laocrático a través del valor intelectual de reglas de democracia y del idealismo moral de libertad política colectiva
Decía un venerable sabio que nuestras formas y modos de comportamiento son aquellos para los que hemos sido creados. En el caso de don Antonio García-Trevijano, la pasión por la búsqueda de la libertad política, como idealismo moral, y de las reglas de la democracia, como valores intelectuales, conforman la acción y el pensamiento con el que alcanzó la grandiosidad que eleva a aquellos genios capaces de crear nuevas reglas para su disciplina con las que dominar su pasión.
En conformidad, las formas y modos de un sistema de gobierno son aquellos para las que ha sido creado ese sistema de gobierno. Y ese sistema de gobierno que sigue el camino recto sin desviarse de la apasionante meta de la libertad política, no es otro que la democracia formal, es decir, con los requisitos para que el sistema pueda ser llamado democrático. Una garantía institucional de la libertad política cuya nota característica es la separación de poderes de Montesquieu como fundamento último, unido al principio representativo, el otro de los presupuestos esenciales de la democracia. Ambas reglas constitutivas del mismo sistema.
Dos fundamentos, representación de la sociedad y la separación de los poderes del Estado, logro ante cuya unión no hay nada anterior a la democracia, pues ella es la primera que lo reúne; y después de cuya singularidad no hay un después, pues los sistemas sin la unión de estos dos fundamentos no son democráticos y no hay democracia.
El creador de esa forma y modo puro de la democracia, que reunió sus principios en un cuerpo de obras, sintetizó su doctrina, sistematizó sus reglas y resolvió sus problemas por escrito y a través de discursos, en la forma en la que nos han llegado en estos siglos, fue García-Trevijano, estandarte de la Alpujarra granadina de Andalucía en España, heredero de los clásicos y maestro del tercio laocrático reunido en el Movimiento de Ciudadanos hacia la República Constitucional. Se le considera el gran maestro por excelencia en la enseñanza de la política, pues antes que él nadie había reducido esta disciplina a científica con la concepción de la Teoría pura de la república, doctrina que no existía anteriormente. Él fue el que compiló sus reglas, trató sus cuestiones de manera exhaustiva y las expuso de manera inmejorable. En la redacción de dicho sistema de reglas desplegó tal talento que expulsó del campo de la filosofía política las tendencias de los politólogos referentes a la gran mentira de la socialdemocracia. Por lo que se le podría alabar todo lo que se quisiera por esas reglas de la política y la pasión por la libertad fundadora de derechos y libertades conquistados, no otorgados, y la garantía de esa libertad en una república democrática cuya síntesis está en la república constitucional.
La pasión de la libertad política, razón para la cual ha sido creada la democracia como garantía institucional de esa libertad del pueblo para elegir y deponer al gobernante, debe seguir el camino de la representación y la separación de poderes como idealismo moral por el que han de dirigirse los dotados de formación intelectual y visión política, caminando de la mano hacia la libertad absoluta, interesándose únicamente por lo que la hace posible: la libertad política colectiva como madre de todos los derechos.
Y el más recto y acertado de los caminos hacia la libertad es el de aquel colectivo laocrático que en sus formas y modos de comportamiento persigue, conforme a su transmisión auténtica y veraz, las especificaciones de nuestro maestro García-Trevijano, que ha mejorado la teoría pura de la democracia, la más leal y consustancial a estas reglas, con otras nuevas en su libro la Teoría pura de la república constitucional. En busca de la pasión de la libertad política, sus reglas son la representación del elector por distritos uninominales y la separación de poderes con elecciones diferentes para el poder legislativo y para el poder ejecutivo.
No confundamos la democracia con la desviación de sus reglas o formas de gobierno que dejan pastar a las fuentes de corrupción. Si nos posicionáramos dentro de estos sistemas o si nos cruzamos de brazos desunidos frente esas fuerzas opresoras, corruptoras de la libertad y destructoras de los valores humanos, entonces habríamos caído en el atolladero de los actos vergonzosos. Sus discípulos y seguidores no traicionarán tales valores. Porque si las formas y modos de un sistema de gobierno son aquellas para las que ha sido creado ese sistema de gobierno, también nuestras formas y modos de comportamiento personal son aquellos valores y virtudes para los que hemos sido creados como personas. Y la madre de todos es la lealtad a la causa y fidelidad a las personas.
Así, la lealtad a esas buenas reglas comienza con el respeto, divulgación y obediencia a lo que don Antonio estableció al decir que quien procure la propia libertad ha de buscar antes la de su prójimo, ya que «la libertad acude en nuestra búsqueda» cuando ésta es colectiva. Y que aquel que pretenda su libertad, que la busque para su hermano y la conquistarán juntos; como si dijera que quien llama a la libertad tiene la recompensa del que la consigue. Gracias al maestro, sus seguidores entendemos que quien llama al camino de la libertad obtendrá la misma recompensa que aquellos que lo siguieron y la encontraron. Y que dirigir a un solo hombre hacia la libertad colectiva es mejor que la mejor de las libertades individuales.
No es de extrañar que la lealtad sea la mejor virtud que define a un buen abogado, y al amigo, pues el sincero camino hacia la libertad «redescubrió» a muchos de nosotros al genial jurista, historiador y pensador don Antonio García-Trevijano Forte: alguien a quien, por su forma y original ciencia política, y su característica representación que providencia en el análisis de los hechos, se le puede encumbrar todo lo que se quisiera.
Don Carlos:
Magnífico artículo, lleno de sentimiento y objetividad. Don Antonio nos ha dejado un armazón de ideas y técnico y un caudal para la acción posiblemente sin precedentes.
Valores éticos más ideas imperecederas más su ejemplo de hombre de acción son arsenal más que de sobra para conquistar con medios pacíficos y por medio de la razón y la hegemonía cultural la república constitucional.