Tragedia. Edipo y la esfinge (Gustave Moreau, 1864)
Edipo y la esfinge (Gustave Moreau, 1864)

De la tragedia griega del siglo V a.C. a la española de la Transición

Edipo Rey

Una de las obras cumbre de la tragedia griega es Edipo Rey de Sófocles. En ella Edipo, rey de Tebas, descubre, para su sorpresa y desgracia, que es a la vez hijo y esposo de Yocasta, y que fue él quien arrebató la vida al rey precedente: Layo, su padre. Ante tal noticia desgarradora, se conoce por boca del mensajero que Yocasta se suicida y Edipo realiza lo siguiente:

Arrancó los dorados broches de su vestido [de Yocasta] con los que se adornaba y, alzándolos, se golpeó con ellos las cuencas de los ojos, al tiempo que decía cosas como éstas: que no le verían a él, ni los males que había padecido, ni los horrores que había cometido, sino que estarían en la oscuridad el resto del tiempo para no ver a los que no debía y no conocer a los que deseaba (…)

Haciendo tales imprecaciones una y otra vez —que no una sola—, se iba golpeando los ojos con los broches. Las pupilas ensangrentadas teñían las mejillas y no destilaban gotas chorreantes de sangre, sino que todo se mojaba con una negra lluvia y granizada de sangre.

La tragedia de la Transición española

El teatro de la Transición española, a decir verdad, por más que guarde ciertas similitudes con la referida tragedia mediterránea, tiene su propia idiosincrasia. España es diferente. Nuestra historia reciente muestra que el dictador Francisco Franco escogió como su heredero a Juan Carlos, hijo del que en aquel momento era la cabeza de la dinastía borbónica: Juan de Borbón y Battenberg. Con el beneplácito del generalísimo, Juan Carlos, en contra de la voluntad de su padre, y saltándose el linaje por el que se rige la monarquía, se proclamó Rey de España. Metafóricamente hablando, y tomando como referencia al fundador del psicoanálisis Sigmund Freud —quien se basó en la mencionada tragedia griega para elaborar su teoría psíquica del Complejo de Edipo—, Juan Carlos I mató a su padre, no de forma inconsciente como el rey de Tebas, sino de manera indiscutiblemente dolosa (para no enredar en exceso el guion teatral, corramos un tupido velo sobre el homicidio de su hermano).

Posteriormente, la horda o clan político se sentó a la mesa del monarca, conjuró y, en la línea de la obra freudiana Tótem y tabú, sacrificó al padre simbólico y líder de la oposición al franquismo, Antonio García-Trevijano, mediante difamaciones —y con él la libertad de la nación española— para celebrar públicamente la fiesta de la oligarquía de partidos coronada, denominándola por consenso democracia. Así, como bien cuenta la leyenda, la Mentira, mediante artimañas, consiguió salir del río vestida con ropajes de la Verdad y ésta, desnuda, tuvo que sufrir el desprecio y los reproches de los españoles horrorizados.

Sin embargo, a consecuencia de este doble «parricidio», de forma análoga al maleficio de Tebas, y tal como previó el propio García-Trevijano, la peor plaga estaba por llegar: la peste de la corrupción política.

¿Cuál será el desenlace de la tragedia española?

A pesar de la propagación de la peste, los políticos españoles, al contrario que Edipo, no investigan ni impulsan la investigación de la causa fundamental de la calamidad pues, una de dos, o ya la conocen o no les conviene conocerla —y mucho menos darla a conocer—, y, lo que es peor, aunque quisieran tampoco podrían erradicar el problema toda vez que los partidos políticos como órganos del Estado forman parte de dicho mal. El rey de Tebas buscaba la verdad y ante ella se rindió en su propio perjuicio, mientras que la horda política española la desprecia. Edipo se destrozó los ojos debido al sentimiento de culpabilidad y amor al prójimo. En cambio, aquí la oligarquía política, cual Narciso ante su propio reflejo, y enamorada de sí misma, está encantada de verse mirándose. Por esa razón, si deseamos cambiar el curso de los acontecimientos y no ser presas de nuestro maléfico destino, a los españoles no nos queda otra que dejar caer en el mismo estanque a toda la clase política. La peste desaparecerá y en su lugar crecerá una flor. La libertad política colectiva.

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