Broncino Tipos de amor En vano esperará el verdadero amante encontrar en el arte una expresión de belleza que corresponda a la de su sentimiento. Le sucede a los amores del alma como a los dolores del cuerpo. Siendo las pasiones más comunes a la especie se viven, sin embargo, como si fueran únicas o singularmente personales. Nadie encuentra en los demás la clase o intensidad de amor que él siente. Por eso, el vocabulario del amor siempre parece monótono o inadecuado. El más rustro puede sentir el amor con la delicadez de un poeta (Eurípides), pero los pensadores sobre el amor no dan la impresión de haber tenido la experiencia. Los dos tipos ideales de amor, el instintivo y el afectuoso, inspiraron grandes creaciones artísticas. Pero consideramos excelsas las expresiones del amor vertidas por genios que permanecieron solteros o que fueron infieles a los sentimientos personales que las motivaron. Lo común en el enamoramiento de dos personas, fuente de placer superior al de la estética, no es aprensible por el arte, pues la comunión resulta de la proyección de cada amante en el otro y de la afinidad de gustos culturales. Cuando se percibe el error de la traslación, el afecto lo disimula al principio y lo amortiza después.   El amor instintivo nace a primera vista y es irresistible. El amor afectuoso lo produce el buen trato y es amable. Aquél tiende a mejorar la especie, éste a conservarla. Al primero lo produce la naturaleza, al segundo, la sociedad. Según los biólogos, la naturaleza impone al instinto erótico, cuando éste es demasiado joven o demasiado viejo, una cierta inclinación hacia el mismo sexo, como precaución genética contra la reproducción de la debilidad en la especie. La finalidad del instinto erótico está orientada hacia una mejor procreación de la que puedan presentir los sentidos sociales. Por esa razón, en el amor a primera vista deciden más los cuerpos que las caras y los rasgos que concretan más una buena raza que una buena persona. "No es necesario, para que uno ame, que pase distancia de tiempo, que siga discurso, ni haga elección, sino que con aquella primera y sola vista, concurran juntamente cierta correspondencia o consonancia, o lo que acá solemos decir vulgarmente, una confrontación de sangre” (Mateo Alemán).

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