París, Galerías Lafayette (foto: gabrilu) Sueños rebajados   El consumo de masas empieza su arrolladora marcha en el París de comienzos del XIX. Las obras públicas emprendidas por el barón Haussmann cambiaron la fisonomía de esta ciudad, con una red de bulevares y un trazado de aceras que facilitaban el tráfico de vehículos y peatones. Proliferan las galerías comerciales cubiertas, por cuyos pasajes discurriría Walter Benjamin. Las Exposiciones Universales de 1855 y de 1867 congregaron a cientos de miles de extranjeros y gentes de provincias, consumidores potenciales o turistas avant la lettre.   La tradición de aquellas viejas, pequeñas y desangeladas tiendas donde se adquirían productos de primera necesidad es superada por la exuberante modernidad de los grandes almacenes y los colosales centros comerciales. La hábil combinación de objetos tentadores en los escaparates excita la curiosidad y estimula la visión de los que deambulan por esos espacios oníricos donde los deseos se pueden concretar en bienes adquiribles.   El ocio de las clases medias urbanas empieza a estar dominado por esa actividad llamada “ir de compras”, que no sólo constituye un mero pasatiempo sino que deviene  “segundo hogar”  donde  escapar  del aburrimiento vital (“ennui”), un mundo fantástico en el que evadirse de las rutinas del hogar. La huida femenina de la domesticidad encuentra refugio en esos templos donde se rinde culto a la moda y a la vanidad de las apariencias.   La inclinación a la coquetería, la pasión por la ropa y la creencia en la belleza de lo nuevo se desbordan en época de rebajas, donde reina la mujer en forma de multitud decidida a exprimir los presupuestos familiares con tal de aprovechar el mágico momento de las “oportunidades”. Por su parte, los hombres de la burguesía triunfante tenían su propio mundo de ensueño: el de las altas finanzas del Segundo Imperio, es decir, el mercado de valores, la especulación inmobiliaria y el frenesí del endeudamiento.   “De razones vive el hombre, de sueños sobrevive”, sentenciaba don Miguel de Unamuno. Y las sinrazones en las que han vivido los españoles durante la continuación oligárquica del franquismo conducen al desvanecimiento de las ilusiones económicas y al brusco despertar de la necesidad real. Ni rebajados, ni siquiera regalados, son aceptables los políticos de este Régimen, que siguen el ejemplo de Talleyrand, el cual había vendido a todos los que lo habían comprado.

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