Tras el pitido final la euforia por el triunfo español en el campeonato europeo de fútbol se desataba. El gran juego exhibido por la selección Española ponía el broche de oro al europeo en el que Inglaterra no había logrado la clasificación. El júbilo producido por la gran final vivida hacía exclamar al comentarista: "¡Spain United, ni Cataluña, ni Madrid, ni Valencia, Spain United, una gran nación!" El mensaje llegaba alto y claro, lleno de fuerza y respeto, pronunciado en un perfecto inglés por el locutor del canal de televisión británica ITV. Las palabras contrastaban de forma brillante con los toscos alaridos escuchados poco antes en un Pub de contrabandistas, hermosamente decorado con reproducciones a escala del HMS Victory, en la desembocadura del río Blackwater: "Fuck the Armada!", exclamaba un cabeza rapada mientras apuraba una pinta de cerveza tan negra como el pegajoso barro que tiñe las aguas donde quedo varado durante años el "Hispania". Aunque de signo opuesto, ambos juicios, el pronunciado por un eufórico comentarista deportivo, y el exabrupto patriótico del tatuado bebedor, compartían la fuerza de la historia surgida entre dos naciones, siempre rivales y a veces enemigas o aliadas, que se han conformado a si mismas frente a la existencia del adversario. La historia no puede borrarse como no pueden desaparecer las costuras que dieron cicatrices. Al avanzar la noche, una desazón corría de forma silenciosa humedeciendo las incertidumbres que surgen en el vacío del ruido que cesa. Recordaba como durante una década, los fracasos futbolísticos de la selección, no eran mas que lejanas noticias de mediocridad que acompañaban los mensajes radiofónicos en los que la economía de servicios se vendía como destino único para los jóvenes que en aquellos precisos momentos preparábamos concienzudamente los exámenes universitarios con la esperanza de poder ensanchar el conocimiento universal desde la península ibérica. Diez años después, a día de hoy, en medio de una galerna económica que amenaza con rasgar la mayor, todavía sigo creyendo ingenuamente que son los premios Nobel los que hacen grande a una nación, porque al contrario que las gestas deportivas, el esfuerzo de unos pocos es compartido como una gran victoria por todos sin necesidad de rendir cuentas al invitado glotón, el nacionalismo, todo harto difícil sin libertad política. Fernando Torres (foto: Saguaro)