José Luis Rodríguez Zapatero (foto: Partido Socialista) Sostiene el presidente (El Mundo 31/08/2008) que “El balance de los 30 años es altamente satisfactorio. Hemos construido la democracia, somos un país de libertades, nos hemos abierto al mundo, multiplicado por cinco nuestra renta per cápita, desarrollado un estado de bienestar. El gran atraso histórico de España, que eran la negación de la mujer y la desigualdad en la educación, se ha superado en un 70% y hemos convivido en paz. ¿Equivocaciones?, creo que colectivamente no ha habido equivocaciones.” Primera confusión: confundir un régimen de libertades con un régimen democrático y mezclar, en la misma exposición, como elementos homogéneos, las libertades, la democracia y el desarrollo económico. Las libertades son condición necesaria para la existencia de democracia, pero la existencia de libertades no implica en modo alguno la existencia de un régimen democrático. En tanto que régimen de poder, conjunto de reglas formales para la constitución, legitimación y remoción de gobiernos, la democracia no se ve en modo alguno garantizada por la simple existencia de libertades públicas; más aun, abundan en la historia los casos de regímenes de libertades no democráticos. La universalización del derecho de sufragio no implica, por sí sola, la democratización de un régimen, cuando el principio representativo es flagrantemente incumplido. Y este principio ha sido vulnerado por unos partidos políticos que, en lugar de actuar como instancia mediadora entre Estado y Sociedad Civil, han pasado a formar parte del Estado mismo; cuando la tan encarecida representación proporcional ha entregado a los “aparatos” de los partidos políticos plenos poderes para la determinación de unos pretendidos representantes de la Sociedad Civil que sólo representan a los jefes que los han incluido en sus listas. Antaño la monarquía constitucional, sin cumplir el principio democrático, sí cumplía el principio de la separación de poderes en virtud del cual el Legislativo podía actuar de efectivo contrapeso frente al Ejecutivo; hoy, el paso de la monarquía constitucional a la monarquía parlamentaria, con la inseparación de poderes que le es inherente, ha dejado en ridículo todas las fantasías sobre la soberanía del parlamento.