Preferir volver al bosque, solo, porque las alfombras no dejan sentir el agua en la piel; porque allí, solo, siendo menos que nada, nada se justifica, existencia bruta, nadie entiende. Mental hospital. Split loneliness (foto: LunaDiRimmel) Llegará el día, pero el problema es el entretanto. Entre pulso y pulso. Pues ya no es sólo el verde contemplativo, abrigado. No es la exposición del azul, celestial, insobornable e insostenible. Tampoco el rojo que surge de repente como el magma de la tierra, entre las grietas. Crudo, es cuerpo entero, que abraza cielo y tierra y no se dice, pues su completitud transciende lo uno. Preferir solo a acompañado porque él solo es lleno y la compañía hueca. Pero, ¿antes lo alto a lo de dentro? Éste es el reto que propone el amor, que no es círculo, no es tampoco abierto, es cuerpo. Cuerpo de alma, presencia de ardor que al marchitarse tiembla el eco-carne de la esencia. Juega, acaricia el musgo mientras lo imposible de desdecir se repite agónico a través del espacio. Pero todo está bien. La imposibilidad de lo correcto manifiesta lo infatigable del descanso: su otra cara. Y cuando el último paso se consuma habremos descubierto la delicia infinita, éxtasis sin fin de la explosión, que no era ya tan abierta, que no era más que la condensación inaudita del todo en lo infinitesimal. Para subir hay que bajar. Y en el descenso escarbar con las uñas las rocas encendidas del paso. Escaldan tu pulso afligido, mas la laceración anima robustos quiebros hacia lo atómico, atópico, bello, sin lugar, sin sitio. Entonces la luz, que ya no era del fuego oscuro entrelazado en las garras de la tierra, refulge sobre el rostro, cegadora. Rostro que se gira, no puede; emana ahora una dirección, un sentido. Cruzar, conquistar, batallar en todo caso, ya con el corazón (reventado, rebosado), quiere, desea, avanza omnidireccional. Hemos corrido hasta la quietud; aventajando incluso a los que vuelan.