Tarde para el día de los niños (foto: Seema KK) Sociedad infantil La evolución se aleja todo lo que puede –y es bien poco- del tiempo porque un crecimiento unidireccional, la acumulación lineal de estructuras biológicas y culturales, sería pronto tan inviable como lo son las torres que los niños construyen con sus piezas alto, más alto, hasta que caen. Los seres vivos, si acaso en lo vivo existe un interés común, cubren con ahínco la dimensión transversal de la naturaleza, el espacio, buscando una suerte de cimiento siempre estable ante la atropellada sucesión de acontecimientos. La tecnofilia, como ha demostrado el economicismo imperante, puede convertirse en esa pieza intelectual, desproporcionada y del todo desequilibrante, que hará caer la torre que la sociedad infantil ha erigido con piececitas de sofisticada irresponsabilidad común.   Y es que una sociedad sin libertad política, un rebaño, necesita abierta la puerta de emergencia psicológica necesaria para convertir los hechos importantes en anécdotas, como el sentido del humor convierte lo doloroso en tolerable o, la ebriedad, la fealdad en deseable. Los atentados terroristas, el nacionalismo, la mentira y corrupción institucionales, la acción cómplice del estamento político en la crisis, la guerra internacional, el torpón engendro europeo, el arte de partido, la moral gárrula… todo deviene efímero por conveniencia, ni la memoria ni la previsión sirven para entretenerse rápidamente, para degustar el chispazo de actualidad sometida.   Las utopías intelectuales que profetizaron la desaparición del Estado dieron lugar a la ciencia ficción por encima del asombro que trajo el desarrollo tecnológico; la política ficción, siguiente etapa natural en este proceso, mantiene oculta la aberrante ausencia de libertad infantilizando a las masas. Los soldados de Afganistán ante el ministro, los votantes ante las urnas, los telespectadores ante el debate sobre el estado de la nación, construyen sus torrecitas de madera ansiando títulos y tranquilidad, dinero y seguridad. Alguien, en un lugar inaccesible, vela mientras duermen. Los regalos que encuentran junto a sus zapatos ilusionados lo demuestran.

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