Trabajador de la construcción (foto: jake-moomaw) En una sociedad de la abundancia sin derecho a la pereza, “ganarse la vida” es la siniestra expresión que sintetiza la certidumbre que atenaza las existencias comunes. Nos catequizan con la necesidad de luchar por la supervivencia. Evitado el aplastamiento contra el suelo y conseguido un remonte seguro del vuelo, la altura alcanzable dependerá de la audacia, constancia, capacidad de medro o esfuerzo depredador puestos en juego. De la angustia inicial se pasa, por el filtro de la ambición, a la codicia terminal.   El capitalismo inicial requería un proletariado sumido en la alienación; ahora, aquél se inclina por suscitar la avidez del consumo en una sociedad que propende al aburguesamiento. Asegurada o medianamente apuntalada la vida primaria, el trabajo es un medio de satisfacer con liquidez el embebecimiento por lo aparencial, la superficialidad rutilante o la vacuidad costosa. La dicotomía productor/consumidor que el Mercado ensambla en cada unidad participante, va limando y trocando el carácter instrumental del trabajo, de puro y penoso medio de subsistencia en graduador de la capacidad adquisitiva de las engolosinadoras mercancías que se ponen a nuestro alcance real, o visual al menos.   La influencia de la religión sobre los asuntos terrenales ha estragado la conciencia del trabajo. Las consejas, enseñanzas y arbitrios que se extraen de las dos vetas inagotables del cristianismo son un muestrario de refinadas crueldades. El catolicismo predica resignación ante la irrecusable maldición divina e íntima satisfacción de una condición menesterosa, precursora de la entrada al reino celestial. El protestantismo, insuflando espíritu al capitalismo, legitima la prosperidad como señal de predestinación a la salvación eterna.   Los efectos de la renovación tecnológica, eliminando o atenuando los trabajos más rutinarios o maquinales, y ampliando o facilitando la producción, contribuyen a considerar el trabajo, dotándolo de sentido, en función del hombre y a revisar la odiosa sujeción del hombre al trabajo. En España, el reconocimiento social sigue gravitando sobre las grandes fortunas hechas “en” el régimen merced a la confluencia de las corrientes políticas y económicas de la oligarquía. El Dinero, en grandes cantidades, está asociado a la corrupción política, y el trabajo honrado a la precariedad social.

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