(Foto: barnajunkie) Sintomatología Que se apruebe una cosa (el aumento de la edad de jubilación, por ejemplo) para anularla a continuación podría ser presentado como una muestra de sensibilidad con las protestas de los afectados. Pero aunque la costumbre haga normales las extravagancias, el hecho es que dejan de extrañar cuando comienzan a inquietar. Y la inquietud ante las que manifiesta el jefe del Gobierno está ya generalizada. ¿Puede existir mayor extravagancia que la de jactarse de sintonizar con las reacciones adversas que provocan los actos propios? Pues ésta es la costumbre del poder. Entrar o salir de la OTAN, crear o suprimir millones de puestos de trabajo, combatir o ceder a las reivindicaciones de los sindicatos, acelerar o frenar las competencias de las autonomías, facilitar u obstruir el curso de la justicia, promocionar la guerra o la paz, etc., son cuestiones indiferentes para el gobierno de turno partidocrático. Haga lo que haga, escoja la alternativa que escoja, siempre tendrá razón. Y cuando, por ser ésta demasiado atroz, no se atreva a confesarla, también dirá que la tiene, en forma de razón de Estado. Nada se parece más a la incoherencia final de los partidos gubernamentales que la tendencia -observada en la naturaleza de la vida orgánica- a la estabilidad de una especie exitosa. Tan pronto como pierde la ambición de ascender, con el resto de la realidad en que medra, a un modo de vida superior, comienza a desarrollar una especie de egoísmo ciego que la precipita a niveles cada vez más bajos de existencia. La decadencia sustituye la humildad por la arrogancia, la coherencia interna por el desdén de la moralidad, el altruismo de los elementos superiores por la subordinación del colectivo al parasitismo de los individuos guías. El tedio vital del poder, como frustración de los impulsos hacia contrastes nuevos, comienza a ser patente en la irritación desproporcionada que producen, en el método de gobernar, los contraestímulos. La suspicacia y la sospecha toman el sitio que ocupaba, en la fase ascendente del grupo, la ponderación táctica. La más mínima crítica, incluso dentro de una aprobación global, la recibe el poder estabilizado, es decir, anquilosado, como señal alevosa contra su duración. El núcleo de confianza política del gobernante se reduce paulatinamente a incondicionalidades personales, acentuándose su aislamiento y dejando de percibir tonalidades en las resistencias de la oposición interna o externa.