Los sindicatos de Estado tienen ante sí, en la actualidad, un problema irresoluble e insuperable. La reforma del mercado laboral.
Si se acometiera una verdadera reforma laboral, en la que la Libertad y la representación democrática fueran los ejes primordiales que sustituyeran a los artificiales fundamentos del sindicalismo surgido en la Transición, la necesidad de estos sindicatos, tal cual hoy están concebidos, decaería.
Es de vital importancia para las oligarquías sindicales conservar la estructura laboral actual, aunque ello suponga mantener un elevado número de desempleados, casi cinco millones. Esas son, precisamente, las líneas rojas de que siempre hablan. Una vez traspasadas esas líneas espacio sindical sería ocupado por sindicatos surgidos de la libertad de los trabajadores, pagados únicamente por ellos, que formarían la imprescindible caja de resistencia, sin la cual la libertad e independencia de los sindicatos es imposible y su única arma de defensa, la huelga, ineficaz.
La realidad enfrenta a los sindicatos a la verdadera representación democrática en detrimento de la artificiosa representatividad de que gozan por decreto; la libertad sindical frente a los efectos verticales – eficacia erga omnes de los convenios colectivos – de un sindicalismo que se dice de clase y horizontal, únicamente para distinguirse del conglomerado vertical del sindicalismo franquista, del que es sucesor a beneficio de inventario.
No cumplen estos sindicatos con el cometido esencial de toda organización sindical: la defensa de los derechos e intereses de los trabajadores. Aunque su labor como “encauzadores” de las reivindicaciones y protestas sociales es impagable para la Monarquía de partidos de Estado.
Las razones de tal incumplimiento son muchas. Por un lado todo el mundo sabe que el que paga manda, y no son precisamente los trabajadores, escasamente afiliados, quienes pagan la enorme burocracia sindical, sino el Estado y sus administraciones. La independencia de los sindicatos no solo ha de ser ideológica, sino también de todo aquello que pueda condicionar su libertad de acción; el que vive de las subvenciones es cliente del que las otorga y debe complacerle si quiere sobrevivir.
Por otro, los sindicatos han subvertido su lenguaje. El único y verdadero derecho de los trabajadores es el derecho al trabajo, y en eso han fracasado, lo que evidencian las encuestas de población activa y de los datos del desempleo.
Las regulaciones en exceso proteccionistas de las condiciones laborales, son a veces un obstáculo para que el trabajador pueda ejercer su derecho; con cinco millones de parados, creciendo, se convierten en privilegio exclusivo de los que, cada día menos, gozan de un puesto de trabajo, frente a los marginados laborales.
El paternalismo laboral expulsa del mercado a todos aquellos a los que tales condiciones laborales suponen un sobrecoste insoportable para las empresas donde trabajan, que acaban cerrando o, como muchos casos, se “deslocalizan”.
Cuando el lenguaje sindical se alude a los derechos de los trabajadores, se hace alusión en realidad a las condiciones de trabajo, y estas, en el mundo globalizado de hoy, vienen determinadas fundamentalmente por sus costes comparativos entre los distintos países, que compiten, no solo por los mercados de exportación, sino también por los mercados internos.
Muchos derechos y poco trabajo, es una relación inversamente proporcional que exige reequilibrar posiciones. Del mismo modo que a los ciudadanos, en pro de la democracia, nos interesa que los partidos sean instrumentos intermediarios entre la sociedad civil y el Estado, que los partidos sean de la sociedad civil y les sostenga únicamente la sociedad civil, a los trabajadores les interesa que la posición burocratizada de los sindicatos actuales no sea el obstáculo fundamental para el ejercicio del único y verdadero derecho de cada trabajador, el derecho al trabajo. El desempleo, que puede ser atenuado con subsidios y ayudas sociales, no genera derechos ni permite el desarrollo humano y social del trabajador.
El manteniendo de las estructuras sindicales actualmente vigentes nos remiten con certeza a décadas de decadencia económica y social. No es admisible que se reforme únicamente el mercado laboral, limando disimuladamente las condiciones de trabajo, disminuyendo la capacidad adquisitiva de los salarios, pero no se haga lo mismo con los “mercados” políticos, sindicales, financieros y comerciales. La Libertad está en todos o no es de nadie.
Los sindicatos se han dedicado más al aprovechamiento de las subvenciones oficiales para formación profesional y reciclaje de parados, a la creación de cooperativas de viviendas y empresas a su servicio, que de representar y defender el derecho al trabajo de todos y cada uno de los trabajadores.
Mas preocupados por ocupar posiciones en el mundo escolar, en consejos, mesas y demás entidades creadas a fines del consenso, o en los órganos de gobierno de las cajas de ahorro, hospitales públicos, etc., donde han encontrado el sustento de su burocracia, se han olvidado del sindicalismo puro y duro, el que nace de la voluntad libre de los trabajadores y de la independencia de los sindicatos.
La tragedia de los sindicatos actuales es que el pleno empleo y el mantenimiento del Estado del Bienestar exigirían también inmolar de sus privilegios de casta, de lo que no quieren oír hablar las oligarquías sindicales.
En esta Monarquía de partidos y sindicatos de Estado nadie está dispuesto a dar el primer paso hacia la Libertad de todos. La Libertad colectiva depende de los impulsos irreversibles que los ciudadanos la den en la calle, pues la calle es el único espacio del que el ciudadano corriente puede disponer.
No es necesario ocupar las plazas, bastaría con poner una vela por cada parado para su luz nos ilumine a todos.
Fotografía de I am a Rocker