En lo político la legitimidad es efecto del modo de fundar las instituciones. La República se legitima en la acción libre de la sociedad que, mediante lealtad civilizadora, da lugar a la capacidad dialéctica de crear instituciones propias. La democracia representativa se legitima en la separación de poderes en el Estado y el sufragio universal para la elección de delegados y representantes territoriales. La Monarquía se legitima como institución de orden social en su origen divino y como institución de poder personal en su origen dinástico. La Partidocracia se legitima en la asunción de toda la actividad política por parte de algunos partidos más concesión de paz y bienestar social. La Monarquía Parlamentaria española es ilegítima en todos sus términos. Tal evidencia ha sido ya analizada en este Diario; a sus escritores nos remitimos. Centrémonos en las consecuencias mediáticas de esa ilegitimidad.   El poder sugestivo de la palabra totémica “democracia” no es suficiente protección contra la tozudez del diseño institucional que la contradice; cuando un régimen se legitima en falso, necesita encontrar la legitimidad a posteriori. El síntoma de esta búsqueda compulsiva es la palabra “cambio”. Si el engaño legitimador no se refrescara una y otra vez, el régimen colapsaría o devendría dictadura militar. He aquí que son absolutamente imprescindibles la propaganda y la demagogia para los regímenes opresivos que niegan serlo. La demagogia no convence al pueblo de las bondades de personas o acciones del poder, esa es tarea de la propaganda. La demagogia se destina a crear legitimación por simpatía. Es decir, ausencia consentida de legitimación. El Cambio del cambio. En estas circunstancias, la población que disfruta del sosiego que trae la demagogia legitimadora, espera la propaganda para tener una opinión con la cual justificarlo. Y la oligarquía mediática se presta a difundir la falsa legitimidad de la oligarquía política para a su vez legitimar ad causam el desleal oligopolio mercantil que esta le concede.   El paroxismo de la demagogia, su encarnación partidocrática, es visible en el referéndum y el diálogo social establecidos por el poder ejecutivo. En cuanto al referendo, nada importa que un Gobierno pregunte o no. La Asamblea Nacional debe ser la encargada de preguntar a la población, siempre sin fantasías dialécticas. Por otra parte, el diálogo Gobierno-Sociedad civil es completamente absurdo. El Gobierno no es sujeto de diálogo, sino objeto de discusión. Debe rendir cuentas ante la sociedad civil y el Parlamento de lo que ha hecho por delegación y nada más. La utilización combinada de demagogia y propaganda desemboca en que para todo personaje -o institución- partidocrático, dirigirse a las masas es un eufemismo de dirigir a las masas. La ciudadanía finalmente acepta no disponer de recursos institucionales sencillos con los que hacer pagar sus faltas a los mentirosos, corruptos e indolentes que usurpan el poder.

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