Cuando el interés suscitado por un dilema viene motivado no por el escrúpulo de contar la verdad o por el puro interés de observar sin miramientos la realidad, sino por la previa necesidad de defender aquello que se tiene por plausible o conveniente, es decir, por el llamado pomposamente “compromiso intelectual”, la honestidad es siempre sacrificada en aras de la Causa. El “compromiso intelectual” se convierte así en coartada de la más servil cobardía ante uno mismo y ante los demás. La Guerra Fría llevó al paroxismo esta tendencia; la denuncia de las brutalidades perpetradas en la Patria el Proletariado era sospechosa de connivencia con las fuerzas del “imperialismo capitalista”; las reservas intelectuales hacia los atropellos perpetrados por los estados occidentales en el ámbito de una política exterior dictada por la nefasta política de potencias eran inmediatamente descalificadas por su complicidad con los “enemigos de la libertad”. Y los crímenes perpetrados por los “nuestros” eran apuntados en el capítulo de los “abusos inevitables de toda gran empresa histórica”. La corrupción y el descontrol del poder no son producto de los abusos de unos partidos políticos empeñados en la violación sistemática de la legalidad, sino la consecuencia propia de una legalidad que ha suprimido la separación de poderes y por tanto toda posibilidad de control y contrapeso entre estos. Hace 30 años, esta crítica sería descalificada por su procedencia de fuentes filocomunistas, bien que disfrazadas de democráticas. No fue otra cosa que el “compromiso intelectual” en defensa de una “democracia” en peligro lo que llevó a Indro Montanelli a defender públicamente la postura de la Democracia Cristiana frente al feroz ataque recibido por las Brigadas Rojas en la persona de Aldo Moro. Pero su compromiso enseguida dejó traslucir la profunda cobardía que subyacía en aquella toma de postura: no bien las terribles cartas de Aldo Moro comenzaron a publicarse, y con ellas la polémica agitada por el jurista y político secuestrado, en las cuales él se cuestionaba la procedencia de negarse a toda transacción con una banda criminal que amenaza la vida de un rehén, Indro Montanelli, en lugar de aceptar a Aldo Moro en toda su dignidad de hombre cuerdo y responsable, aun discrepando de sus planteamientos, prefirió negarle hasta la condición de sujeto dotado de raciocinio: estaba perturbado, aterrorizado, por lo tanto escribía al dictado de sus raptores. Afortunadamente, la honestidad intelectual del hombre libre que era Leonardo Sciascia, plantó cara a aquel atropello perpetrado por hombres tan respetados como Montanelli, sin más que acudir a los archivos y recordar que aquella postura de Aldo Moro no era ni mucho menos nueva: respondía a un contexto en el cual la idea de un Estado cuya legitimidad está fuera de toda duda y por lo tanto lo inaceptable de toda transacción también, era desconocida en Italia. Hoy, el enfrentamiento entre ambos periodistas ha de figurar, por derecho propio, en toda antología que se precie sobre las nefastas consecuencias del llamado “compromiso intelectual”.