Manuel Fraga (foto:galiciaefotos) En una obra de Gogol, un alto funcionario dirige a uno de sus subordinados esta observación: “Robas demasiado para un funcionario de tu grado”. Cada uno en su sitio y a cada cual lo suyo. Las oligarquías regionales se suman al reparto estatal de los beneficios que genera la corrupción. En Galicia, feudo del PP, los del PSOE y BNG no dejan de ser unos torpes y groseros advenedizos. Y en el País Vasco, el sabiniano Ibarreche ya ha advertido al maketo López que el PNV considerará una “agresión” cualquier intento de ocupar el lugar que le corresponde: la Lehendakaritza y aledaños. Cuando aparece Pepinho Blanco es muy difícil seguir la recomendación del clásico “Risum teneatis” (reprimid la risa). No obstante, la consternadora simpleza demagógica de este “animal político” de aparato de partido estatal no es anecdótica, sino que indica el nivel intelectual y la catadura moral de la clase partidocrática. Hace unos días, el lugarteniente de Zapatero aprovechaba que el nuevo ministro de Justicia había nacido en La Coruña para recordar a los gallegos en cuánta estima los tenía el Gobierno central y el PSOE. A pesar de los desvelos de Blanco, los votantes de su región han preferido volver a la senda autonómica del partido fundado por Fraga, ese redomado franquista que apadrinó la constitución de la oligarquía de partidos. Pero sería injusto destacar únicamente a Fraga y a sus herederos para llamar la atención acerca de las adherencias franquistas del régimen actual. Éstas son abundantes y evidentes no sólo en la jefatura del Estado y en la mentalidad colectiva, sino también en el orden económico y propagandístico. Sería muy ilustrativo que un economista -emulando a aquel Tamames que, en varios de sus estudios, puso al descubierto el entramado financiero que sostenía al franquismo- abordase la continuidad “intransitiva” de la conchabanza entre una Banca impune y un poder político incontrolado. Ya no hay prensa del Movimiento como La Vanguardia Española de Cataluña (que de todas formas sigue en las mismas manos), sino periódicos fieles a uno u otro partido estatal y a los que los acaudillan. El resto de colaboracionistas mediáticos e intelectuales copan los medios audiovisuales y las universidades orgánicas.