Los ciudadanos sabemos que las personas que se dedican a la política no son modelos de virtud. En la República Constitucional que a no mucho tardar será la forma de Estado de España, el representante de los ciudadanos elegido en cada circunscripción electoral o mónada continente de aproximadamente cien mil habitantes, no tendrá que ser tampoco un santo. De hecho no hace ninguna falta que lo sea por un motivo muy sencillo, de no cumplir las promesas realizadas a sus votantes, o de considerar éstos que no defiende los intereses de su circunscripción como debiera, podrá ser revocado y ocupará su lugar el suplente que lleve adscrito.
No obstante, aunque no tenga que ser un santo, cuando un ciudadano elige a un representante además de esperar que cumpla con la obligación de defender sus intereses de una manera competente y capaz, también lo elige porque estima que su catadura moral se ajusta u obedece a unos mínimos que, como el valor al soldado, se le suponen. Es lógico que nadie elija a un conocido corrupto o a un mal ciudadano para que defienda sus intereses en un parlamento, aunque pueda revocarlo.
No está de más mirar hacia a los clásicos una vez más, concretamente a Plutarco , cuyas ¨Vidas paralelas¨ se dice que conocía Rosusseau de memoria y en cuyas ¨Obras Morales¨ realiza la etopeya (retrato moral) de Alejando el Grande, presentándole como persona y arguyendo que sus hazañas provienen de su virtud, que ha sido querida y autocultivada por él, y no del azar, ofreciéndole como modelo para la juventud.
Escribía Plutarco que la virtud de Alejandro se concretaba en “fidelidad a los amigos, frugalidad, dominio de sí mismo, buen hacer, ausencia de temor a la muerte, coraje, humanismo, afabilidad en el trato, integridad de carácter, firmeza en sus decisiones, rapidez en la acción, deseo de gloria y una eficaz predisposición a todo asunto elevado”.
En una República Constitucional no se aspira a que a los representantes de los ciudadanos no sólo no sean corruptos, sino también a que sean íntegros, para que el ciudadano no tenga que ser vigilante también de la ética de su representante y sólo tenga que ejecutar su derecho de revocación en caso de que no cumpla con lo prometido.
Pero los escándalos de corrupción y malas artes del régimen de oligocracia de partidos que sufrimos nos obligan a esperar y desear que haya una regeneración ética y moral de los políticos españoles, por lo que en la República Constitucional no será motivo para otorgar el voto el salir favorecido en uno de esos carteles de campaña electoral por mucho que las asesorías de imagen de los partidos nos presenten una imágen limpia y cristalina de cualquiera que sepa hacer una mueca a una cámara.
Será por el contrario la fama de íntegridad y virtud, además de su demostrada capacidad y competencia, la que deberá ser conocida por los electores y decantarles a la hora de poner en manos de esa persona la defensa de sus intereses. Para ello hace falta no sólo una regeneración de la clase política, sino también una regeneración cultural y ética de la ciudadanía, que sepa por qué elige a quién elige y cuya instrucción política sea la suficiente para conocer al menos las reglas del juego democrático en el que participa. Es una pena que los medios de comunicación de masas, sobre todo la televisión, hagan flaco favor a esa necesaria instrucción. Pero eso es ya materia para otro artículo.
Fotografía de Alex E. Proimos