Jurado del Premio Cervantes 2007 (fotografías de Jaime) En virtud de un Real Decreto Ley, es posible que el candidato fuera propuesto por una de las Academias de la Lengua de los países de habla española o por cualquier “institución vinculada”; quizá fue un galardonado anterior quien lo mencionó, o puede que alguno de los miembros del jurado que, a la sazón, estuvo compuesto por: el autor premiado en la edición previa, el Director de la Real Academia Española, el Presidente de la Guatemalteca y ocho personas nombradas por los Ministerios de Cultura, Asuntos Exteriores y Educación y Ciencia. Así que a votar, querido Gobierno et al.; a decidir qué ser de la sociedad civil es nuestra flor más preciada. Dadnos la acreditación para reconocer la Poesía, la Cultura y la Libertad Creadora. Dadnos la belleza reflejada y callad, que el poeta habla: ¿Estás despierto para que sigamos diciendo no? Don Juan Gelman se ha convertido en la sanción estatal del Arte y no hay mejoría en las circunstancias de quienes han sufrido la persecución y la muerte que lo justifique. Ningún regreso del exilio permite consentir el exilio de todos. Como escritor, es consciente de que los versos son ramas de un árbol lingüístico; si soportan demasiados frutos, aunque estos sean los más dulces del pensamiento caliente, se parten. Como disidente político y derrotado revolucionario comunista, debería saber que los mismos poetas son ramas del árbol social, y que su quiebra llega más con el peso de los galones gubernamentales otorgados por Estados sin libertad política que con el dolor. Aunque esos poetas, en su vejez, sigan teniendo el aspecto de un Clark Gable cansado e idealista; aunque se les acaben derritiendo las mejillas hasta el suelo. Si me dieran a elegir, yo elegiría esta inocencia de no ser un inocente, esta pureza en que ando por impuro. (…) Aquí pasa, señores, que me juego la muerte. Juan Gelman es el nuevo fetiche de un régimen corrupto y un partido tiránico. Pero en la página que todavía no se ha escrito, muchos volveremos a estar junto al poeta en una taberna ahumada. Sólo un rato, hasta armar cualquier sensibilidad sin dueño, mientras insultamos bravuconamente a algún fascista reincidente o incomodamos al primer funcionario de la ONU que aparezca. Cuando alguien nos indique con toda amabilidad que debemos abandonar el establecimiento, sonreiremos: ¿Oiste, corazón? Nos vamos con la derrota a otra parte.