En el mundo posmoderno, las grandes cuestiones, los grandes conceptos que secularmente han agitado las inteligencias más notables de la tradición greco-latina, han sido empequeñecidos, ocultados, cuando no directamente transformados mediante una metamorfosis trivializadora, en bisutería de mercadillo.
Si atendemos a su etimología, podemos distinguir dos orígenes de la palabra verdad: uno griego y otro romano. El primero aletheia, viene a significar lo que no está velado, lo que se nos muestra tal como es. El vocablo latino veritas, lo relaciona con la exactitud, con la realidad. Para Platón era un ideal como la belleza o la bondad y para Kant la piedra angular de todo conocimiento. En la cultura occidental aparecen fundidas las concepciones griega y latina y, mediante el consenso de nuestra percepción de la verdad con las de los demás, podemos asistir, por ejemplo, a la verdad incontestable de la naturaleza o a la de los grandes descubrimientos científicos. También podemos considerar a la verdad como algo absoluto y objetivo que se nos muestra o actúa de forma inalterable.
Así mismo, podemos hallar explicación en su opuesto: la mentira. La Real Academia Española nos arroja un poco de luz sobre uno de sus opuestos, y así recoge en una de sus entradas un concepto novedoso de la lengua inglesa: la posverdad. Dícese de la “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad”.
En numerosas ocasiones podemos contemplar la posverdad como resultado de la voluntad individual, como un sentimiento que se intenta proyectar sobre el conjunto. “Pero las mentes de los demás hombres, siendo en sí mismas precarias e ineficaces, jamás podrían parecer un sustituto para la naturaleza”, nos avisa George Santayana. La verdad nunca puede ser consecuencia de la voluntad.
El régimen partitocrático que sufrimos en España, y en diferentes países Europa, es todo falsedad, todo posverdad. Un engaño que expulsa al ciudadano de la vida política, de toda actuación directa en ella. Se convocan votaciones plebiscitarias cada cuatro años para ratificar listas de partido. Hacer pasar como democráticos a los Estados de partidos es la posverdad paralizante que nos imponen las élites nacionales y europeas. Poder sin control y acciones legislativas tanto nacionales como europeas para favorecer intereses espurios de lobbies y grandes corporaciones.
Pero existen verdades veladas, incómodas, que han sido escondidas a propósito por el peligro que entrañan para el poder político. Me estoy refiriendo a la verdad política. Ésta se halla en estrecha relación con la libertad política colectiva. “La identidad de verdad y libertad se contrae a la esfera de lo político. Aquí se produce el descubrimiento de que la verdad, en la relación de poder entre gobernantes y gobernados, entre Estado y Sociedad, está y sólo puede estar en la libertad colectiva que la funda”, dijo Antonio García-Trevijano.
Esta ocultación, esta verdad sepultada, es hábilmente sustituida por la falsedad o por la posverdad. La falsedad de que un poder constituido pueda ser fuente de libertad. La única manera de acceder o descubrir la verdad política, es a través de la libertad constituyente. Es en el momento preciso de la libertad constituyente, libertad fundadora y retenedora del sistema político, cuando podemos contemplar la verdad política. Una Verdad, que nos muestra claramente la reciprocidad de ambos conceptos: verdad=libertad. La Libertad verdadera, la colectiva, de la que manan todas las libertades públicas, la que es fuente del derecho. Esa es la verdad política.