Ya nadie pone en duda que el régimen político vigente –Estado de partidos- es un dechado de felonías. La política en España es un “Patio de Monipodio” en el que truhanes y rateros compiten por ser más audaces o hábiles para sacar partido de la corrupción. Patio donde se acechan, sin herirse, e insultan para hacernos creer que riñen, mientras al calor de su consenso se lo llevan puesto con descaro e impunidad. Pocos, salvo los miembros de la inefable clase política y sus aliados voceros mediáticos, pueden ya negar lo que es evidente. Ni esto es una Democracia, ni ellos nos representan. Son sus reglas del juego, no las del proto-ciudadano que quiere ser libre y ama la verdad. Quien desde el principio tuvo la sabiduría y la dignidad de describir minuciosamente esta realidad, Antonio García-Trevijano, es acreedor de nuestro respeto y admiración. Ahora nosotros, los repúblicos, estamos llamados a formar parte de la historia, escribiéndola. La clase política, la partidocracia, asaltó el Estado haciéndolo un abrigo a su medida con el patrón de la Constitución del 78, de corte parecido a las anteriores Leyes Fundamentales del Reino bajo el poder franquista. Se ha ido apropiando de los púlpitos mediáticos desde donde se adoctrina al votante para que viva en una falacia permanente; y le hace promesas sin fundamento para engañarle. Cinco millones de parados y un pueblo entero escarnecido por la insaciable y desmedida codicia de poder y riqueza. ¿Es acaso este el castigo de los dioses por haber vivido alegres y confiados por décadas? ¿Es el amargo precio que debemos pagar por nuestra ignorancia y desentendimiento? No, no hay dioses capaces de tanta crueldad, dejarían de ser dioses, serían vulgares criminales. Ni pueden imputar a todo el pueblo su ignorancia pues ha sido promovida desde el poder. Tampoco pueden imputar la desidia por las horrorosas decisiones del gobierno, pues desde el poder le han cerrado sus cauces representativos para la participación. Es preciso que el hambre pierda el pudor tras el que se esconde avergonzada, que haga oír el grito angustiado de los estómagos vacíos y sin esperanza frente a la tahona donde se hornea el pan bregado con el que la clase política celebra el éxito de su rapiña. Ni jacobinos ni girondinos pudieron silenciar el clamor de las mujeres de París pidiendo pan para sus hijos, trabajo para sus maridos y dignidad para todos. No pedían poder, sino que los poderosos no se olvidaran de ellas. Aquí los poderosos no se han olvidado de nosotros, qué más quisiéramos, para mantener las apariencias de libertad en esta oligarquía de partidos. Pero una corriente, aún casi imperceptible desde los despachos oficiales, fluye a raudales, resuena la libertad. Ha desbordado ya los primeros sacos terreros con los que quisieron contenerla pero no corre sumisa por el aliviadero previsto de “otros partidos” participantes del consenso. Se abstiene de participar proporcionalmente. Sabe que no hay posibilidad de garantizar el pan, el trabajo, sin libertad. Somos los que luchamos por la Libertad Constituyente, separación de poderes desde el origen, representación política con mandato derogable por los electores. Lealtad entre todos. Verdad en la política, Libertad colectiva.