Alma Mater (foto: Kevindooley) En la Edad Media, la preocupación por entender los fundamentos de la fe se abre paso en los claustros de las catedrales con escuelas para la preparación de los clérigos, junto a las cuales van surgiendo facultades de arte e impartiéndose enseñanzas de medicina y derecho. De Oxford a Cracovia, pasando por Bolonia, el latín crea un espacio universitario común. Hasta el siglo XIX no se produce el renacimiento universitario, en la Sorbona, Cambridge, y especialmente en Berlín, a cargo de Humboldt: el conocimiento científico pasa a ocupar el lugar central que en la universidad medieval estaba reservado a la teología. A partir de la segunda mitad del siglo XX, con un crecimiento vertiginoso del número de estudiantes en la universidad –aumento que se toma como índice de progreso social-, ésta deja de ser el centro del saber y la fuente de prestigio para aquellas élites que se formaban en ella con el fin de dirigir la sociedad. Si el rasgo distintivo de la enseñanza universitaria era la valoración de la cultura general, ahora, la especialización pasa a primer plano. Así pues, el proceso de Bolonia acentúa la reconversión de la universidad pública en un conjunto de escuelas profesionales altamente especializadas. Por inercia mental sigue denominándose “cultura” a lo que ya no es más que otra rama productiva del proceso de comercialización global. La industria que sirve bazofia cultural a las masas está sostenida por los grandes medios de manipulación: las cosas vanas o nulas en sí mismas se han visto sublimadas por una demanda conformada por la publicidad. La “tragedia de la cultura” (Simmel) se incuba en esos centros docentes que se destinan, no a formar personas cultas, sino a la enseñanza tecnocrática y utilitaria. Este cariz instrumental o funcional que se quiere trasfundir al alma máter desvirtúa la “padieia”, y en contra del discurso científico que promete un progreso imparable (no hay formulación científica, por muy acabada que se presente, que no admita la posibilidad de otra que la supere) abona el campo universitario de falsedades ideológicas e intereses bastardos, que clausuran la comprensión de la realidad. El saber más alto y digno no está al servicio de nada ni de nadie. Por eso, ha de estar unido a la conquista de la libertad política.