En “La salida de la luna” John Ford defendía la idiosincrasia irlandesa apelando a las generalizaciones más recurrentes: noble rudeza, sentimentalismo expresado a través de baladas, charlatanería, irrefrenable tendencia a la bebida y a la pendencia, son las pinceladas de las que se sirve Ford para retratar a sus paisanos. El autor de “El hombre tranquilo” exaltó la actitud anárquica de los irlandeses, que les lleva a no acatar norma alguna, incluida la que regula los horarios ferroviarios.   Los japoneses: pocos pueblos hay sobre los que hayan llovido tantos tópicos. Los estereotipos que propaga la observación de esos turistas que recorren ordenadamente los museos de Europa nos hacen pensar en cierto automatismo. Pero más allá del cliché que no tiene en cuenta la condición gregaria de cualquier grupo de turistas, es cierto que la sociedad japonesa, -en la que prevalece una sutil mezcla de tradición y modernidad-, se distingue por su capacidad organizativa.   Su industrialización, a finales del siglo XIX, fue asombrosamente rápida, igual que su reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial. Es curioso, pero de cualquier lado que se mire, los derrotados (Alemania, Japón, Italia) se encuentran mejor que antes del conflicto, y los vencedores (Gran Bretaña, Francia y la URSS RIP) peor. El caso de Estados Unidos no escapa a la regla. A medida que aumenta su intervención armada en los asuntos exteriores disminuye su autoridad política y su participación en la renta mundial.   Otro de los lugares comunes por los que se transita cuando miramos al país del sol naciente y al que se recurre para explicar el citado despegue industrial, es una especie de endiablada habilidad para el espionaje y la copia de todos los avances, como si cualquier cultura autóctona que quisiera desarrollarse y evolucionar no se empapase de las aportaciones de las demás. Estados Unidos es un claro ejemplo de lo que significa atraer cerebros de todo el mundo y España el de ahuyentar a los que tiene. Si con lo de copiar a mansalva se quiere aludir a una supuesta falta de creatividad, nada más lejos de la realidad. Japón cuenta con una tradición literaria, pictórica y arquitectónica extraordinariamente fecunda, y con un cine magistral.   Desdichadamente, por mucha capacidad de organización y de previsión que se tengan, no se pueden calcular los embates catastróficos de la naturaleza, pero sí calibrar las consecuencias de una energía nuclear desatada, que hace revivir la pesadilla del Godzilla atómico.

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