Smile (foto: TheGtm) Optimismo disipador Aquello que se quiere denotar por “crisis” es algo que tiene efectos mensurables en ciertas magnitudes macroeconómicas, de significado más o menos abstracto. Pero también consecuencias tangibles en lo personal y en lo familiar, especialmente el desempleo y la pauperización de amplios segmentos de la población. Lo complejo de las actividades financieras globalizadas, con su falta de control y normalización a nivel internacional, crea, en su desmesurado afán de beneficio, excepcionales “burbujas” cuya “explosión” termina comunicándose al soporte inversor de la actividad, resultando especialmente grave cuando este fenómeno se produce “en fase” con el momento contractivo del ciclo económico. La falta de un acuerdo efectivo entre los gobiernos mundiales para poner fin a esta situación, unido a la asunción a cosa inevitable de las depresiones periódicas del capitalismo, hacen percibir las crisis como algo exógeno e inmotivado. Sin embargo, los dirigentes estatales —tan ávidos en apuntarse los éxitos del crecimiento como en desmarcarse de los golpes de la recesión— tienen más complicado escapar a las comparaciones que sus súbditos puedan trazar con la situación en los países vecinos o similares. Desde este punto de vista, en el trance actual, el caso de España resulta desastroso, con una caída espectacular del consumo y una elevadísima tasa de paro —sobre, no lo olvidemos, una población mucho menor— que como poco duplica la de los estados con los que es lícito establecer el parangón. A esto hay que añadir un peligroso endeudamiento público —las medidas fiscales que se preparan, el endurecimiento de la seguridad social o el abaratamiento del factor trabajo, deja bien claro quiénes lo van a pagar— sin haber conseguido una mejora sustancial de la actividad. Por supuesto que todo lo que aquí sucede tiene su causa. Y ésta hay que buscarla en las grandes decisiones del Estado totalitario, monopolizador de la economía, una vez transfigurado en Estado de partidos europeizante. A saber: cómo y en qué condiciones se aceptó la adhesión a la CEE, qué supuso ello para el sector industrial, el agrícola y el pesquero, qué oportunidades se nos cerraron y cuáles se nos abrieron, qué ganamos con la renuncia a la política monetaria entrando en el euro. En fin todas estas cuestiones que suelen incluirse en la llamada “economía política” En España, apuntar públicamente hacia tales asuntos es imposible. Además, las referidas condiciones son el fruto primordial de esta Monarquía, y poder alterarlas significaría de derrumbe del propio Régimen. Nada se puede hacer para salir del hoyo. Lo único que queda es intentar una vuelta de tuerca más contra los españolitos de a pie, implicándoles con el eslogan de “entre todos”; porque lo que sí podemos revertir es “la situación de desánimo que la crisis ha provocado en todos nosotros”. Así, buena parte de las empresas más significadas de este país han creado la Fundación Confianza, encaminada a conseguir, desatando esta peculiar campaña de marketing, la recuperación del consumo interno. Su punta de lanza es el grupo Esto solo lo arreglamos entre todos, punto org, en cuya web, anuncio de tv incluido, aparece el nombre de 132 personas más o menos significadas, y cuya dedicación laboral ofrece una reveladora imagen del propio problema: ¡ni uno solo de ellos trabaja en un sector verdaderamente productivo!