Las reacciones oficiales ante al episodio de la nevada que paralizó la capital de España, oportunamente amplificadas, comentadas y enfrentadas por el periodismo del Régimen, constituyen un magnífico escaparate para visualizar el constante patrón disipador de la responsabilidad política, ocultador de la realidad institucional y retroalimentador de la obligatoria incompetencia partidista en que se basa el posfranquismo juancarlista. La primera perversión arranca de una subversión moral de los valores, tal como demuestra la exagerada disonancia entre la acalorada reacción mediática por circunstancias tan puntuales e imprevisibles (no es común que en Madrid caiga una precipitación como la del pasado viernes y, ciertamente, la meteorología no es una ciencia exacta), y la serena resignación con la que se asoman al abismo económico y social al que nos han conducido las tres décadas de esta Monarquía de partidos: como si resultara más dramático e intolerable estar atrapado durante horas en un coche o no poder coger un avión, que, por ejemplo, perder el empleo cayendo presa de la angustia vital por el propio futuro y subsistencia. Y si se exige tanto en lo fortuito debe ser para distraer de las consecuencias de lo deliberado. La sorpresa inicial por la copiosa nevada tornó en impotencia de las administraciones para paliar la situación, mas aquí éstas no son gobernadas por un mismo partido, sino por los dos grandes, con lo que no es posible recurrir a la alternativa de la oposición para ocultar un vacío general de capacidad; pero la lógica partidista debe continuar. Conviven, entonces, versiones contradictorias de los mismos hechos junto a sesudas atribuciones cruzadas de una responsabilidad para nada clara, volcando necesariamente ésta, en mayor o menor medida, al Gobierno Central, la prensa próxima al PP; o convirtiéndola, para los adictos al PSOE, en un más justo fallo de todos (la nivelación con el adversario conviene al poder), cuando no culpando, en la versión más agresiva, al Ayuntamiento y la Comunidad. Semejante alud de confusión termina sepultando la verdad y reduciendo las posiciones a meros credos. Se impide así a los españoles percibir con claridad que lo acaecido es algo circunstancial que, al margen de la lucha partidista, poco importa a una tropa de dirigentes incompetentes y cuyas molestias además ellos no van a sufrir. Son las caprichosas y absurdas divisiones administrativas, de las que los fenómenos meteorológicos no entienden, con competencias, coordinación y jerarquía para nada cabalmente normalizadas, pues no responden a otro criterio que la multiplicación absurda de parcelas de poder y oportunidades para los partidos, las auténticas causas del disparate; y si en lo intrascendente se borran, qué no ocurrirá con lo decisivo.