“He sufrido una campaña cruel e injusta y tengo una espina clavada por el daño causado a mi intimidad”. Muy emocionado, así se despidió Carlos Dívar de los 20 vocales del Consejo General del Poder Judicial, institución que ha presidido durante casi cuatro años, convirtiéndose en el primero de los seis  presidentes que se ve obligado a abandonar el cargo. Los gastos privados de una veintena de viajes que cobró alegando que eran para participar en actos públicos han acabado con una carrera profesional de 43 años, pero lo cierto es que nadie ha exhibido más que Dívar su propia intimidad sexual y ante eso no caben más lamentaciones que las del error cometido. Nunca debió pasar como gastos sus cenas y viajes con su escolta, el policía Jerónimo Escorial. Nunca debió llevar su aprecio por el mismo hasta el grado de condecorarlo con galardones judiciales, como la gran cruz de San Raimundo de Peñafort, reservada para el ámbito estrictamente jurídico. Y si no se llegan a producir las denuncias del catedrático Gómez Benítez, las dos hijas del agente hubieran alcanzado la oposición de juezas extendiendo la duda sobre la limpieza en el acceso a los empleos públicos, tan frecuente en este país que ha abandonado el mérito y la experiencia a favor del enchufismo, el compadreo y la mal entendida amistad, convirtiéndose en un rasgo distintivo de la Monarquía partidocrática.

Según contó el informativo de Radio Libertad Constituyente, el juez Dívar fue invitado a la boda homosexual del juez Grande Marlasca y aquel respondió: “Que Dios te perdone”. Su extremada religiosidad le impedía aceptar el enlace entre personas del mismo sexo. De ahí que se haya considerado sobre todo un caso de hipocresía con derivaciones de corrupción administrativa. Lo cierto es que el periódico “La Razón” describe como Dívar entró en el garaje del Consejo en el coche oficial con un rostro más que serio, consciente de que iba a vivir sus últimas horas al frente del mismo. Minutos después de las once de la mañana comenzaba el Pleno en el que iba a anunciar su «decisión contundente», que, como se daba por seguro, no era otra que su dimisión al frente del CGPJ y del Tribunal Supremo. No dio tiempo para las dudas y al poco de iniciar su intervención dijo lo que todos esperaban, el adiós al Consejo; y lo hizo con tres últimos mensajes: «Las instituciones son las que importan y no las personas», que esa decisión era lo mejor para la Carrera Judicial y lamentando el «dolor» por la imagen ofrecida por la institución y el daño provocado a jueces y magistrados

Poco más. Su intervención duró apenas diez minutos. Después, tomó la palabra el vicepresidente y próximo presidente en funciones, Fernando de Rosa, para anunciar el acuerdo unánime del Pleno de reconocerle «todo el trabajo realizado durante estos tres años y medio –al frente del Consejo–, así como a su trabajo realizado durante los 43 años de juez». «Ha sido un reconocimiento unánime», incidió De Rosa. La sesión plenaria duró apenas 40 minutos. Se ponía punto y final. Dívar es ya parte de la historia del Poder Judicial.

 

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