El pacto entre la clase política franquista y la de la oposición para la transición pacífica de un régimen a otro es calificado por Fernando Savater de “ejercicio de cordura”, (EL PAIS, 3 de noviembre) frente a los “sabios” que ahora vienen a advertirnos de las presiones del estamento militar que hacían inviable un modus operandi diferente. Las carencias de la llamada “transición democrática” no se deben al hecho de no haber depurado responsabilidades entre los adeptos al franquismo, como torpemente sostienen ciertos adalides de la “memoria histórica”, que permiten así que aquel proceso sea atacado por su flanco más fuerte. La sucesión de atropellos perpetrados por las clases políticas pactantes comienza con la convocatoria de un referéndum para el refrendo de una reforma ante la que, en caso de responder afirmativamente, se negaba toda posibilidad de democracia que, como tal, rompiese con la legalidad previamente vigente, y en caso de responder negativamente se sancionaba la continuidad del régimen franquista; prosigue en el momento en que una asamblea emanada de unas elecciones legislativas como las de 1977 se atribuye poderes constituyentes de los que carece, lo que permite a los partidos políticos delegar en unos “padres de la patria” la redacción de una “ley de leyes” que es aprobada por un parlamento sin debate de ningún tipo, y termina con su refrendo por una ciudadanía asombrada ante un “espíritu de concordia” que fue la más rotunda negación de todo procedimiento democrático. Si para el logro de un régimen de libertades públicas se obliga a aceptar una forma de estado y una forma de gobierno como parte de una misma e indivisa decisión, es obsceno convalidar este modus operandi como “ejercicio de cordura”. Otro modo de proceder, han querido convencernos, era, entonces, imposible. Sancionar retrospectivamente como imposible lo no acontecido equivale a sancionar lo acontecido como lo único posible; la paradoja de tal método de análisis histórico reside en que, de esta forma, se da por inviable la capacidad humana de conocer las posibilidades que se abren ante una situación, pues no se puede conocer lo que está por venir y sólo lo ya acontecido se convalida retrospectivamente como lo único que podía acontecer. Una concepción, conviene subrayarlo, absolutamente incompatible con toda presunción de libertad y deudora del más feroz determinismo histórico: y con estos mimbres aun pretende la propaganda oficial alentar la creencia en un evanescente “espíritu de concordia”. Si el proceso consumado con la traición de los partidos de la oposición a sus aspiraciones rupturistas y democráticas respondió a lo “único posible”, malamente cabe un “espíritu de concordia” que necesariamente presupone un margen de libertad que no ha lugar en los presupuestos del determinismo histórico. De la facticidad a la validez y de la validez a lo valioso sin solución de continuidad.