Muro de Berlín (foto: tomasgomezbarea) Miedo a la democracia Si hablamos de tal miedo, no hay diferencia original entre la democracia de los antiguos y la democracia de los modernos. Griegos y anglosajones, una cultura mediterránea y una cultura atlántica, separadas por más de dos mil años de civilización, pensaron fundamentalmente lo mismo acerca de la forma popular de gobierno. Los federalistas americanos presintieron la democracia, en términos aristotélicos, como el gobierno de los muchos, pobres e ignorantes, en perjuicio de los pocos, ricos y civilizados. Un peligro para la dignidad de la “politeia” o de la república representativa. Los últimos doscientos años demuestran que la oposición de ese temor original al sentimiento de igualdad ha sido, en las teorías y en las prácticas políticas, el verdadero motor de la historia contemporánea. El desmoronamiento de las “democracias populares”, últimas versiones, violentas y burocráticas, del temor del gobierno de los más a expensas de los privilegios de los menos, no ha producido, en la versión liberal de ese mismo temor, el tipo de reflexión que demandan a la vez la razón histórica y el juicio moral. Se comprende que, pasado un primer momento de estupor, las “democracias liberales” aprovechasen la coyuntura para asegurarse, con un menor coste militar, la constitución y control de un solo mercado mundial mediante la universalización de las libertades económicas (sobre todo la del flujo de capitales). Por algo son liberales. Pero no están justificando, con reflexiones sobre las consecuencias “antioligárquicas” de la eliminación del miedo al comunismo, que también sean o pretendan ser, democracias. ¿Qué explicación tiene el hecho de que el sufragio universal dé mayorías políticas contrarias a los intereses de las mayorías sociales? C. B. Macpherson, en su obra “La democracia liberal y su época” la encontró en “la función que ha desempeñado de hecho el sistema de partidos en las democracias occidentales desde el comienzo del sufragio universal: suavizar las aristas de los conflictos de clase temidos o probables, o, si se prefiere, moderar y aquietar un conflicto de intereses de clase con objeto de proteger las instituciones de la propiedad existentes y el sistema de mercado contra todo ataque eficaz”. Con respeto a la propiedad privada y sin lucha de clases, ¿a cuento de qué y en beneficio de quiénes, tenemos que soportar el peso del anacronismo partidocrático?