Con esto de la crisis y el euribor, el otro día, picado por la curiosidad y con un poco de ansiedad, no lo niego, me puse a leer por primera vez la escritura de propiedad de mi casa -¿mi casa?- y la del préstamo hipotecario. Es arduo leer la escritura de hipoteca. Luego de seis folios de representaciones, habilitaciones, facultades y apoderamientos de la entidad financiera, se entra en el meollo de la cuestión. Resulta que del crédito hipotecario respondemos mi casa y yo, y eso que siempre he creído que la hipoteca era una garantía real, que respondían los bienes hipotecados y no las personas. Me hacia ilusión pensar que, llegado el momento y dadas las circunstancias, entregaría al banco las llaves para que se cobrase la deuda; y yo, vuelta a empezar, a buscarme la vida de nuevo. Pero no es así, el banco se cobra o no la deuda con la casa, y tal como están las cosas y los líos de los “subasteros”, lo más probable es que el banco no cobre todo lo que le debo, que es mucho más de lo que me prestó. Todo mi gozo en un pozo, no puedo volver a empezar, pues el banco intentará cobrarse de mí, embargando mi sueldo, las pocas joyas, el coche, la tele y si aún no fuera bastante, dejaré a mis deudos en herencia lo demás que deba. Mi amigo el notario se cura en salud, yo renuncié, como pone al final de la escritura, a leer semejante “tocho” y lo que iba a ser un simple negocio hipotecario resultó ser una hipoteca que garantizo personalmente con todos mis bienes presentes y futuros.   No creo que sea a esto a lo que se refería el otro día un ínclito banquero patrio cuando hablaba de las buenas prácticas bancarias y de los abusos. Claro que para él lo que a mi me sucede no será abuso, aunque todo indique que es la forma de someter a esclavitud financiera a un par de generaciones. Los españoles tenemos hipotecas con garantía personal, porque los gobiernos toleran y amparan lo que Don Gumersindo de Azcárate quiso borrar para siempre. Y es que la usura no está únicamente en los desmesurados intereses, sino en las cláusulas de abusivas garantías que desnaturalizan, como es el caso, el negocio hipotecario, convirtiendo la hipoteca en un mero procedimiento de rápida ejecución de la deuda, pero no de su extinción.   Promesas vacías (foto: My Buffo) Habrá que recuperar la confianza en el sistema financiero, en el notariado y, en realidad, en todo. Pero no nos lo ponen nada fácil. Se lo diré a los cinco diputados de mi provincia, a ver que les dicen en sus partidos.

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