Como si no hubiese llovido nada desde hace treinta años, Suso de Toro nos anuncia la “España que viene” (EL PAIS, 3 de abril), en la que “se necesita reconstruir un consenso sobre lo que es ser ciudadano español, y desde luego el consenso no es posible sobre el integrismo ideológico de esta derecha, aunque la derecha debiera ser partícipe de ese consenso. Y tampoco valdrá si no están en él los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos, que son los que objetan al nacionalismo español.”. Nos equivocamos, por tanto, si queremos buscar causas institucionales a problemas evidentes: nuestro problema es de índole subjetiva, psicológica; no hemos querido comprendernos unos a otros, somos como un matrimonio mal avenido, no nos hemos puesto de acuerdo. Por eso nuestra solución no pasa por diseños jurídico-políticos de ningún tipo: eso ni tocarlo; nuestro Estado de las Autonomías es tan ejemplar y envidiable que, según Suso de Toro, hasta los franceses quieren copiarlo Nuestro problema es otro: todo se resolvería en las manos de un buen psicoanalista que atendiese a esta derecha enferma de “integrismo”. Como un perfecto desconocedor de la esencia misma de las identidades nacionales, Suso de Toro pretende que unas convivan con otras sin enfrentamientos de ningún tipo. Pero no seamos injustos, él no es el inventor de este tópico: esto es la eterna repetición de una misma cantinela falazmente propagandística que los consensos de la Transición siguen expandiendo.   Tal pretensión de convivencia es una pura ilusión mientras se confíe a la exclusiva buena voluntad de una clase política tan amante del consenso como dada a atizar la más vacua y falaz retórica, explotadora de identidades siempre en pugna, inductora de conflictos que no pueden encontrar solución en su primer causante. “En ese consenso sobre la España real debieran caber los ciudadanos que estamos realmente dentro”, dice Suso de Toro. Fraudulenta logomaquia que no merece la pena siquiera intentar comprender. En suma, esta España que viene es la España que vuelve una y otra vez. Que treinta años después se siga aludiendo al “consenso” como panacea para la solución de los problemas de integración de las “identidades nacionales”, demuestra, en efecto, que el consenso pretérito no ha podido resolver aquello que ahora con más consenso quiere remediarse. El consenso, con consenso se paga.   Congreso de los diputados (foto: jmlage)

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