Más allá del gen egoísta Siendo hoy un día que a mucha gente se le antoja mágico por eso de los seis unos y habiendo escuchado el debate político de nuestra querida radio Libertad Constituyente sobre la organización ética de la sociedad, he sentido la necesidad de compartir con ustedes mis propias reflexiones una vez más. En un momento del debate García Paredes ha iniciado una línea de intervención que abre una perspectiva de la realidad a mi parecer muy esclarecedora, a saber, que se han descubierto recientemente estructuras cerebrales que despliegan comportamientos que van más allá de las tendencias que propugna la tan aclamada teoría del gen egoísta. Es como si el ser humano estuviera también diseñado para acoger al “otro” como parte de su funcionamiento natural, o lo que a mí me gusta llamar el gen compasivo. Extraño, ¿verdad?, podríamos preguntar. Don Antonio García Trevijano ha compartido al hilo de este argumento, que la tesis de Darwin hoy está prácticamente desechada y que se observa compasión en diferentes especies, donde los individuos de las mismas (sobre todo en mamíferos) arriesgan lo propio en aras de un sentido más amplio, que es la especie. Dalmacio Negro, como propuesta para fomentar la teoría de la compasión, interviene lúcidamente con una llamada de atención a la hora de ser conscientes de un lema que impera implícitamente, el “divide y vencerás” como mecanismo subversivo (a veces ni eso) que controla a una conciencia humana promotora de ese gen egoísta del que hablamos. Antonio de nuevo interviene con la pregunta de cómo hacer para promover movimientos anímicos que contrarresten la tendencia al egoísmo. Y es en este momento donde yo deseo intervenir. Don Antonio, le cojo la palabra. Todos aquellos que leyeran el artículo del viernes 4 de noviembre, podrán ya tener una idea de la línea argumental seguida. Así pues, y estirando las reflexiones vertidas para todos nosotros en dicho artículo, les quiero hacer pensar sobre lo siguiente. Si la naturaleza lleva miles de millones de años evolucionando y registrando todos sus aprendizajes en los cerebros de todas las especies, aprendizajes instalados a modo de programas biológicos que se estructuran en orden ascendente desde los más primitivos en el tronco cerebral (nutrición en sentido amplio) hasta los más avanzados en el córtex (relación, territorio), es lógico darse cuenta que la naturaleza está siempre actuando en pro de la vida, con el único propósito de seguir desplegando todo su potencial en un acto de creatividad, probablemente infinita. Para no perdernos en esto, recordemos que cada programa especial de la naturaleza al que llamamos erróneamente “enfermedad” es sólo el despliegue de unos recursos que están sobre-determinados para proteger a la vida del individuo o de la especie. Un ejemplo: la hembra de una especie que vive un conflicto de “preocupación” porque una de sus crias está lesionada, puede poner en marcha un programa especial de proliferación celular de las glándulas mamarias con el propósito biológico de aumentar la superficie de producción de leche y así poder amamantar a la cría dañada y que ésta pueda recuperarse más rápidamente. A esto lo llamamos cáncer glandular de mama. Este proceso termina cuando la cría deja de estar en peligro, revirtiéndose el proceso mediante la acción de los microbios, cuya función comandada por el cerebro, es la de degradar la proliferación celular previa y retornar al organismo a un nuevo equilibrio. Déjenme decirles que nuestro cuerpo es una simbiosis de células y microbios, donde éstos últimos son 10 veces más abundantes que las primeras. Cuando esto mismo ocurre en el ser humano, invadido por una cultura invertida en sus valores y desconectada de la comprensión de lo básico, lo biológico, iniciamos todo un despliegue de recursos “terapéuticos” de combate (“esto es la guerra”) que confirman nuestra ignorancia profética: la enfermedad es malvada. El caso que nos ocupa es un programa para atender al otro, para ayudarlo, para salvarlo, es decir, para la supervivencia de la especie. Nuestro córtex cerebral es el último experimento de la naturaleza, una estructura que nos permite ser conscientes de nuestra propia existencia. Dicha estructura es un arma de doble filo, en el sentido de que nos otorga una nueva capacidad, inédita en el resto de especies y al mismo tiempo nos permite organizar paradigmas de pensamiento que perpetúan procesos que están diseñados para intervenir en agudo, es decir, de manera eficiente y eficaz, con rapidez. Si una mujer que sufre un conflicto de preocupación en el nido (en terminología biológica) por alguna de sus “crías”, ésta tiene la capacidad de intensificar y perpetuar su preocupación más allá de lo conveniente y hacer de ese proceso biológico comentado, algo aberrante en el sentido de desproporcionado y complicar las cosas hasta hacerlo desadaptativo. Si además esta mujer va al médico y éste le traslada un diagnóstico catastrofista en su ignorancia, la mujer puede iniciar un nuevo conflicto ante el que la naturaleza responderá sólo con el propósito de salvar al individuo o a la especie una vez más. ¿Van comprendiendo?. La precisión de las leyes biológicas es de exactitud milimétrica y no podemos escapar de ellas, sino comprenderlas y alinearnos en esa misma dirección. La teoría del gen egoísta ha sido superada hace ya 30 años. Darwin no tenía razón esencialmente y apenas nos da para explicar fenómenos muy puntuales que no desacreditan sino que quedan integrados en las 5 leyes biológicas descubiertas por el médico alemán Geerd Hamer. Desde nuestra atalaya de percepción del mundo, y con el ego a cuestas, miramos las cosas en un sentido personalístico y separado, “o estás conmigo o estás contra mí”, pero a la naturaleza eso le tiene sin cuidado. Ella nos intenta enseñar que somos parte integrante de la vida y que no podemos someterla, sino comprenderla para progresar con ella. Ella mira siempre por nosotros, a veces en modo “zoom in” (como individuos concretos) y a veces en modo “zoom out” (como especie) en función de las necesidades de aprendizaje que la hagan progresar hacia cotas mayores de expansión creativa. Entonces, ¿de dónde proviene nuestro egoísmo?. Desde esta perspectiva, el egoísmo no es nada más que la respuesta de adaptación de una humanidad que vive al margen de la ley natural por un uso inconsciente de su estructura más moderna, el ego (entendido como el resultado de la función de la corteza cerebral). Cuando el ser humano vive en condiciones precarias, cuando la gente entra en pánico a morir de hambre o por falta de recursos, cuando no tenemos trabajo, cuando los mecanismos de protección de la vida son violados, cuando el poder sin control es que el que prima, como fruto de una capacidad que nos ha sido dada para experimentar con ella y que usamos inconscientemente, la naturaleza se defiende mediante el despliegue de programas biológicos que aseguren la vida en condiciones tan primitivas como las que le planteamos. Esto se ve feo, pero es esta crudeza la que nos devuelve la cordura natural que nos permitimos ignorar. En esto estamos fallando, en esto somos responsables también. O ponemos los medios para que la naturaleza no tenga que intervenir por nosotros y quedar anclados en la repetición de lo mismo siempre, o recuperamos la cordura, el sentido común y dejamos de fomentar el irresponsabilidad con teorías victimistas o incluso conspirativas, (que personalmente no descarto pero que tampoco me quitan el sueño) y recuperamos el control apostando por un modelo de organización política en democracia que garantice el equilibrio de todos, la libertad de todos, la comprensión de que sin el otro yo no soy libre y jamás podré serlo. Es aquí donde la teoría pura de la república constitucional (Trevijano) hace un guiño de honor al descubrimiento de las leyes naturales (Hamer) y se acompasa con ella para llevar al mundo (que así sea) a realizar su verdadero potencial, toda vez que la ignorancia vaya quedando obsoleta como modelo de funcionamiento. Es mi deseo que estas reflexiones podamos integrarlas en un modelo político como el nuestro, para que éste sea verdaderamente ecológico, en el sentido de libre, comprensivo de la naturaleza humana esclarecida y tal vez para perfilar los detalles de lupa que podamos ir descubriendo en base a esta y otras reflexiones cimentadas en conocimientos de elevada calidad científica.