A los que tienen como único fin conservar y acrecentar el poder que detentan, merced al PSOE, no podía dejar de satisfacerles el anunciado relevo de Zapatero, cuyo buenismo desorientado se ha estrellado contra la realidad, por un Rubalcaba al que pintan con trazos maquiavélicos. No obstante, el banquero mayor del reino de la corrupción partidocrática ha recomendado enfriar el “debate sucesorio” en pos de la estabilidad, y además, ahora, el aleteo del vicepresidente no se corresponde con el vuelo inalcanzable del cóndor sino con el vuelo rasante, y expuesto a las perdigonadas, del faisán. Maquiavelo gustaba de comparar el desempeño del político al de un médico experto. La medicina consta de tres partes: diagnóstico, pronóstico y terapéutica, siendo la primera de ellas, es decir, un diagnóstico acertado, la labor más importante. Lo esencial es conocer a tiempo la enfermedad para poder anticiparse a sus consecuencias. Cuando esto falla, cunde la desesperación y sobreviene la fatalidad. Se curan pronto los males que amenazan al Estado cuando pueden preverse –cosa que sólo le es dado al que se guía por la prudencia-, pero cuando se dejan crecer de modo que cualquiera los reconoce, entonces ya no tienen remedio. A tenor de estas indicaciones, resulta indudable que Zapatero es el perfecto contraejemplo de la destreza política. Los consejos de Maquiavelo son “imperativos de destreza”. “El Príncipe” es un libro de técnica política, donde no se trata de la bondad de los fines, sino tan sólo de lo que se debe hacer para alcanzarlos, o de lo que es útil o inútil para ello. Hasta de las cosas más viles puede darse una correcta descripción, y Maquiavelo destripa la política para mostrarnos el funcionamiento del poder, del arte dello stato. Y los hombres, desde el punto de vista de la política de poder, son taimados, simuladores, cobardes, mentirosos, malvados y corruptos. La política es como es y no como debiera ser o gustaría que fuese, o como nos enseña Rubalcaba, se puede pasar, a lomos del poder, del GAL a los chivatazos a etarras. Las generaciones posteriores, mirando atrás hacia “nuestros” regímenes políticos, tendrán la misma impresión que un astrónomo moderno cuando estudia un libro de astrología o un químico cuando desempolva un tratado de alquimia.