La Transición se puede definir por los rasgos connotativos de la clase de mudanza operada en la cuestión de las libertades y de los poderes públicos, pero será incomprensible mientras no se traigan a cuento los hechos que la acompañaron, obrando a la vez que el proceso político (concomitancias), o la siguieron como sombras a los cuerpos (consecuencias). Aquí trato de establecer la pertinencia de las concomitancias apolíticas para comprender el antagonismo moral y cultural que distinguió a las dos fases constituyentes de la Transición, la de la liberación civil de la dictadura mediante la Ruptura democrática, y la constitutiva de derechos individuales y poderes estatales mediante la Reforma. Pues tal antagonismo, a fin de ser ocultado o disimulado en el consenso constitucional, llegó a ser causante del secuestro de la libertad política y de la representación de la sociedad, por parte de los partidos, así como de la vaciedad normativa de los derechos sociales y de las nacionalidades. La Constitución estuvo demagógicamente condicionada, pero no eficientemente causada, por la fase liberadora. Lo corrobora la circunstancia de que en cada una de las dos contradictorias fases obraron hechos concomitantes distintos y diferentes clases de concomitancia.
No todas las concomitancias sociales tienen el mismo valor para la comprensión del cambio político. Sólo interesan las que le son propias, y no comunes con otros países del mismo entorno cultural y del mismo tipo de vida. Según Avicena, lo concomitante no está en la esencia del cambio, pero nace por accidente en su vecindad. Así, por ejemplo, la explosión repentina de los juegos de azar, la libertad sexual, la inseguridad ciudadana, los negocios de especulación inmediata, las manifestaciones reivindicativas, las huelgas, la disminución brusca de la productividad, la apertura de restaurantes de lujo y salas de diversión, el desaliño en los modos de vestir, el auge de todo lo espectacular, la parlomanía, la chismografía como negocio, el chiste, y otras modas que aún perduran, son concomitancias confluyentes en la corriente matriz del cauce político. Por alguna razón no se produjeron durante la fase liberadora de la Transición, ni a la muerte de Franco, sino justamente después de que el súbito consenso entre los dirigentes de la dictadura y de la oposición democrática, diera ejemplo a los gobernados y los invitara a guardar silencio sobre el pasado, a abandonar los ideales de orden o libertad, que antes los habían enfrentado, y acudir a las urnas para elegir entre meros partidos estatales.
Si el Rey nombrado por Franco y el ministro del Movimiento se hacían los adalides del cambio hacia la libertad y la democracia, la irresponsabilidad y la frivolidad darían licencia y libre curso al florecimiento de lo concomitante de ellas. Si los jefes de partido se repartían por cuotas los poderes del Estado, en la militancia surgirían de modo concomitante aspiraciones colectivas a nutrir la burocracia. La ambición del demérito profesional a ocupar los puestos de mando en la sociedad civil, Universidad, Hospitales, organismos y empresas importantes ha sido un fenómeno concomitante al del reparto de los órganos del Estado, que fue la base del consenso definitorio de la fase constitucional.
Al calor del movimiento ciudadano promovido por la oposición a la dictadura, durante la primera fase liberadora surgieron miles de concomitancias sociales y culturales, de tipo altruista y sin intencionalidad política, que confluían en la corriente principal de la ruptura democrática. Tan pronto como la Transición entró en la fase consensuada y constitutiva de derechos, esas primicias societarias del espíritu democrático tomaron, contra la nueva corriente política, el carácter de concomitancias refluyentes. La Transición no se comprende sin comprender el sentido ocasional de todo lo que le ha sido concomitante.
*Publicado en el diario La Razón el jueves 29 de marzo de 2001.