Carajoy (foto: Vente Vindo) Listillos La inteligencia está íntimamente ligada a una comprensión de las cosas y las personas anclada en lo universal de la experiencia. La listeza, en cambio, está ceñida a lo concreto, mucho más aún que la astucia, donde predomina lo estratégico y tiene un ojo puesto en el largo plazo. Es llamativo que apenas se hable de la cualidad o lo sustantivo de la listeza, y que el uso se restrinja a lo adjetival: alguien listo. Esto ya apunta a su falta de verdadera sustancia. El origen etimológico del listo o de la listeza es desconocido. Coromines lanza sus hipótesis en su Diccionario (del latín «l?g?re»: leer, escoger), y Álvaro d’Ors hace lo propio en el segundo de sus Ensayos de Teoría Política. Listo provendría del griego «lestés», que significa pirata. Dadas las connotaciones negativas del término, lo segundo parece más probable. La partidocracia es el reino de los listos, más aún, para ser completamente claros, de los listillos, donde la inteligencia se ve forzada a buscar refugio en lugares cada vez más anodinos. Por ello es difícil que la situación se mantenga durante mucho tiempo. Entre los listillos hay varias categorías. Está, por ejemplo, el listillo lameculos, un adulador temeroso del poder y que sin embargo vive al calor del poder. La mayor parte de los Ministros partidocráticos pertenecen a este grupo. Tenemos también a los más listos. Éstos son los que optan por salirse de la escena principal de la opinión pública (España) para dominar, con igual o más poder, un segmento del país. Así los llamados barones autonómicos, cuyos conflictos con la administración central no pasan de ser un ajuste de cuentas entre listos, a saber, respecto a la recepción de más fondos. Evidentemente la conexión listillo-dinero es esencial. Después está el grupo de los ultralistos. Los ultralistos tienden a salirse del marco, y, en cuanto tales, rozan, si no entran de lleno, en lo directamente satánico. El ejemplo paradigmático aquí es Felipe González, quien hasta se pavonea de haber podido (en realidad sólo querido) matar a gente. Este tipo de listo es por supuesto el que despierta más admiración entre los listos de segunda clase, quienes le admirarán. El ultralisto es generalmente temido, y parece indestructible. Pero un vistazo a la experiencia histórica indica que si dictadores abiertamente sanguinarios, que amasaron una concentración de poder mucho mayor, acabaron por caer, también pueden hacerlo fácilmente los ultralistillos. Con crímenes prescritos o sin ellos, no puede tardar el día en que caiga sobre ellos el oprobio y la vergüenza. Finalmente, está el listo tonto pero oportunista. Éste es tal vez el tipo central, y mientras no advenga la República Constitucional, tendremos que soportar su dominio inane, vacuo, blandengue, melifluo y conyunturalista. Aquí el ejemplar clave es sin duda Rajoy, y los que vengan detrás de él. Como dijo Cortázar en cierta ocasión, “los cronopios nunca son completamente humanos”. Algo parecido puede decirse de los listillos. Don Mariano, ¡pleideblús!