Sir Isaac (foto: mushi king) Lento pero seguro Ha ocurrido con todas las revoluciones científicas. Una verdad que al principio cuesta entender y parece asombrosa a la mentalidad común acaba por imponerse, dado que explica mejor y más comprehensivamente la realidad. Y al final lo novedoso y extraño se percibe como de sentido común. El proceso de establecimiento de la verdad, ya sea en el dominio político, el físico, o en la dogmática religiosa, está rodeado de brumas. Y aunque muchos científicos quisieran otra cosa, ni siquiera las ciencias más duras están libres de prejuicio. De ahí que al principio sea difícil esclarecer qué pertenece al núcleo de la verdad recién descubierta y qué al ambiente cultural que lo rodea, allí donde se producen una serie casi ilimitada aunque ya olvidada de intentos similares, pero ni acertados ni suficientemente completos. Algo así percibimos cuando nos acercamos a la revolución científica moderna. Copérnico tantea aprensivamente la tesis heliocéntrica, cuyo desarrollo nunca quiso publicar en vida, y que por lo demás empíricamente hablando era incluso inferior a la ptolemaica. Tycho Brahe está en busca de algo y amasa datos, pero no sabe para qué. Galileo hace descubrimientos importantes en física, pero ante el cuestionamiento de la Inquisición tampoco presenta datos concluyentes sobre la tesis heliocéntrica y se retracta. Kepler tenía los datos y había formulado la solución adecuada al problema de las órbitas planetarias, pero, por así decir, no lo supo nunca y la dejó pasar en aras de su obsesión platónica y hermética por las formas perfectas. De ahí el impacto del trabajo de Newton, síntesis de todo lo previo, apenas comparable con nada parecido desde hacía muchas centurias. La verdad, antes en tiniebla, ahora de pronto se presenta diáfana. Yo diría que, salvando las distancias de situación histórica y cultural, así como de temática, la ciencia política se encuentra hoy en un escollo semejante. La verdad sobre la democracia se abre paso entre viejas brumas, aquellos viejos intentos de hacerse comprender, para presentarse ante nosotros con tanta obviedad que no tardará el día en que la gran mayoría se asombre de hasta qué punto habíamos estado perdidos. “Un estruendo: la verdad misma se ha presentado entre los hombres, en pleno torbellino de metáforas.” (Paul Celan, Cambio de Aliento)