Escuela (foto: Pachakutik) Lección En sus rostros se adivina cierto miedo, como una sombra que les obligara a abrir mucho los ojos, como si aguantasen la respiración antes de dar un grito. Todavía son pocos en el instituto, pero se les distingue enseguida. Solos, o acompañados tal vez por algún amigo -han dejado los corrillos vocingleros-, deambulan por el patio o por los pasillos en silencio, asaltados a traición por una solemnidad apabullante.   Son la avanzadilla de lo que está por venir. Son las primeras sombras de la crisis. De repente el monstruo ha entrado en casa y las paredes han dejado de ser sólidas. Y por vez primera la sensación es distinta. Sólo quieren escapar de la eterna pubescencia a la que el instituto les ha condenado.   El otro día me confesaba uno de ellos: -Yo no quiero estar aquí. Yo quiero ponerme a trabajar cuanto antes y ayudar a mi familia. Pero mi padre se ha empeñado en que debo sacarme el título, en que tengo que ir a la universidad.   El padre es albañil y está en paro. Hace un año habría metido a su hijo en la obra. Hace un año el chaval habría podido ganar en quince días lo que yo en un par de meses. El ataque de responsabilidad del padre, esa visión de futuro que creía perdida para siempre en este país, me ha hecho pensar en la posibilidad de que algo esté cambiando. Y, por un momento, he vuelto a creer en la gente, en el inmenso poder que destila su voluntad de supervivencia.   Una vez más la sociedad, esa sociedad a la que la infame pedagogía, la perversa corrupción política y la opinión apoltronada de ciertos profesores han culpado del fracaso de su mierda de sistema educativo, nos dará una lección a todos. Ojalá sea pronto.