Existe una izquierda que ha menospreciado la democracia por inopia doctrinal, que ha sido coherente en su insensatez dogmática. El desastre histórico del comunismo ha sumido a esa izquierda en un marasmo de profunda estupefacción. La autocrítica ha sido escasa y vergonzante. Siguen empeñados en propinar impotentes aguijonazos al mastodonte capitalista, sin acercarse al meollo democrático de la Política.   Mitin (foto: jom_tijola) Hay otra izquierda, aparente y mendaz, cuya carcasa sostiene el régimen en el que medra. Instalada en la sentina del Poder en íntima connivencia con la oligarquía económica, hace continua almoneda de principios. Con la distribución de sinecuras y prebendas estatales, teje una enorme y tupida red clientelar, sin cuya protección, caben muy pocas posibilidades de subsistencia pública.   Presume de moderantista, de gradualista en sus acciones,  pero puede ser de un furibundo extremismo en el odio a la razón, la verdad y la libertad. El comportamiento de esa izquierda, que sólo puede ser etiquetada de socialista, por su denominación de origen, prueba con creces, la innata perversión de unos mecanismos institucionales que dan rienda suelta al abuso del poder político. En este caso, el rechazo de la democracia no obedece a obstáculos ideológicos insuperables, sino al deliberado propósito de contar con medios apropiados para blindar su permanencia en el Poder. Por ello, abraza efusivamente la oligarquía actual o la patrimonialización del Estado por los partidos establecidos.   Con obscena demagogia, se escudan en los votos obtenidos para gobernar sin freno alguno. Los pueblos han reverenciado a eximios canallas, naciones enteras han sucumbido al hechizo de los genocidas. La democracia respeta la legitimidad de la mayoría para designar al que ha de gobernarnos, conforme a un programa fijado de antemano, pero no nos deja a expensas de la probable arbitrariedad del poderoso, sino que levanta un imponente edificio de garantías, que nos preservan del horror de un gobierno desalmado.   La izquierda merodeadora del Poder, con su repulsa de la democracia, observa esa detestable coherencia sin la que no sería posible una desinhibida galopada hacia la riqueza fraudulenta y el abuso impune.

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