Los políticos españoles han previsto acabar gastándose cincuenta millones de euros en la campaña electoral. Veinte y veinte se gastarán los socialistas y los populares, y los diez restantes se los repartirán Izquierda Unida y los partidos nacionalistas. Se trata de dinero público. Es el precio de llevar las ideas de los candidatos a los ciudadanos. Por ejemplo, dinero para que Felipe González pueda sentenciar que lo que dice Rajoy sólo puede decirlo un imbécil. Nadie desconoce que el votante no decide absolutamente nada. Ya puede estar votando mil años seguidos que con ello no podrá evitar que los partidos políticos tengan el monopolio de la acción política y controlen en exclusiva la Administración. Ni que se les imponga un sistema proporcional de listas cerradas, o abiertas, que acotan el Parlamento, el resto de los poderes del Estado y los consejos de administración de las empresas estatales. ¿Qué sentido tienen entonces las elecciones, si voten a quien voten siempre saldrá ganador el mismo y repetitivo candidato: el Estado? Sin embargo, y no sabemos si con cargo también de los cincuenta milloncejos de nada, como no puede faltar uno de los ingredientes imprescindibles del circo electoral, amalgamador de todo el régimen monárquico, la mentira, se les quiere hacer creer lo contrario. Por eso escenifican un simulacro mediático con debates televisados para que el votante, sintiéndose protagonista, escoja a quien cree (acto de fe) elegir en función de lo guapa o guapo que sea el candidato estatal, de la terna de espadas presentada para la ocasión. La zorra mediática habrá prestando su habitual servicio a la neo dictadura Monárquica a la que rinde pleitesía, difundiendo la confusión entre el electorado y, una vez generalizada, sugerirá que lo que en verdad importa no es a quién elijan sino que no dejen de votar porque así se refuerza la “democracia”. Ya ven, qué más se puede pedir por sólo 50 millones de euros. Rubricando el cielo (foto beachmont)