El ascenso de Rubalcaba ha extendido un sentimiento de alivio entre la clientela psoísta, mientras en las filas peperas cunde la inquietud. La temible catadura de este insumergible hombre de partido estatal es uno de los lugares comunes de la actualidad. Más allá de su pregonada eficiencia, los “suyos” están entusiasmados con su habilidad propagandística para desviar la atención pública de los fracasos propios, y concentrarla en las miserias ajenas. Un oportunista nato, con una sobresaliente capacidad de tergiversación y un fino sentido de la demagogia, ducho en trocar la anécdota en categoría: de la zafiedad del alcalde de Valladolid al machismo congénito del Partido Popular o Antisocial, porque contra toda evidencia, el PSOE sigue enarbolando la agujereada bandera de las políticas sociales. A Zapatero, dadas la incompetencia de su acción y la vaguedad de su discurso, le urgía el apoyo de alguien que “supiera explicarse” y que fuese un consumado artista de la trapacería política. Para ello, ha tenido que encomendarse a Rubalcaba, quien no dejará de estar a cargo de las alcantarillas del Estado, pero ahora con la misión añadida de llevar la voz cantante del poder ejecutivo, tal como lo hizo en aquella etapa tan convulsa del GAL y de las corruptelas por doquier. Este regreso del “felipismo” ha incomodado especialmente a don Pedro J. Ramírez, que, como siempre, abrigaba ilusiones de regeneración creyendo que la etapa de “desfelipización” había concluido con éxito. Rubalcaba (foto: FSA) Don Alfredo es un adicto al poder, y difícilmente lo desengancharán del tren estatal. Aunque apostó por Almunia y Bono, continúo corriendo al lado de los vencedores, y su “sentido de Estado” le llevaría a ofrecer sus servicios al mismísimo Rajoy, si así lo insinuase Su Majestad (al respecto, Eduardo Serra es un precedente ejemplar). Tenía que ser recompensado un hombre que tuvo la decisiva ocurrencia preelectoral de proclamar que “los españoles se merecen un gobierno que no les mienta”. En realidad, se merecen un sistema que no esté basado en el engaño, pero para eso tendríamos que prescindir de los servicios públicos de personajes como Pérez Rubalcaba.