Rey de Marruecos (foto: rorro160279) La noche de las jaimas rotas Hace ya 35 años la opinión pública española se vio envuelta en una nube de noticias procedentes de lo que, entonces, era la provincia del Sahara. Ahora, nuevamente, todos los medios de comunicación vuelven a abordar, en primer plano, el mismo conflicto pero con 35 años más. Los políticos (especialmente los del PSOE) o, al menos, aquellos situados más cerca de los centros de poder, se lavan las manos diciendo que Marruecos es un país importante. Nadie pone en duda la importancia de Marruecos. Tanto su importancia, como vecino de Europa, como su importancia en el Magreb no son cuestiones menores. Pero hay un hecho indudable: Marruecos se comporta de un modo inaceptable para los cánones europeos. Tenga Marruecos la importancia que tenga, nunca será equiparable a la importancia que tenía Alemania, en Europa, antes de la I Guerra Mundial y antes de la II Guerra Mundial. Sin embargo, las potencias europeas parecen consentir a Marruecos, en el Magreb, lo que terminaron pagando muy caro, con Alemania, en Europa. No hay que ser un lince para ver los extraordinarios parecidos entre los incendiarios discursos de Mohamed VI y los discursos de Hitler y sus lugartenientes. De hecho, el monarca alauí se comporta, no como un Rey, sino como un emperador. Es decir, ignora cualquier autoridad, sea dentro o fuera de Marruecos. En determinadas cuestiones, su poder es tal que no reconoce lo que digan o piensen los demás reyes o jefes de Estado. Y ahí está la prueba de ello: no hay ni un sólo país en el mundo, ni una sola organización internacional que reconozca la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental. Sin embargo, Marruecos, -discursos del Rey, mediante- arrastra a su población y a sus partidos políticos hacia un “nacionalcatolicismo” magrebí. Y Europa confunde la importancia y el apoyo a los que son dignos en un país llamado Marruecos con la importancia y el apoyo que jamás deben concederse a un nacionalismo exacerbado “made in Maroc” rayano con el nacional-etnicismo nazi. Que Marruecos es un Estado territorialmente goloso, está sobradamente corroborado. De hecho, la incontenible voracidad territorial de Marruecos no termina en los lindes orientales de Polonia, sino que alcanza al río Senegal, en el sur, y a las tierras españolas, en el norte. En estos momentos, Marruecos, ha convertido a todo el territorio saharaui en un auténtico campo de concentración. Después de abrasar con fuego y balas un campamento de jaimas, una turba de exaltados del Majzen/Reichstag, se pasea por El Aaiún apaleando a los indefensos saharauis, violentando las puertas de sus casas, quemando sus propiedades y adueñándose de cuanto quiere. Todo ello, contando con la protección de los grupos de represión denominados GUS/SS. Desgraciadamente, Europa no acaba de comprender que la única forma de garantizar la paz y la estabilidad en el flanco sur de la OTAN, en el Magreb y, también, en el flanco occidental del Sahel, la única forma repito, es el respeto a la democracia y los derechos humanos. Y mientras el pueblo saharaui no se exprese libremente en las urnas, no habrá ni democracia ni derechos humanos. ¿Alguien conoce a algún pueblo, cuyo derecho a la autodeterminación haya estado incrustado en la cúspide del Derecho Internacional, y que haya aceptado sacrificar ese derecho en aras de la estabilidad de la monarquía de un Estado totalitario vecino? ¿Es que no es a eso a lo que se nos invita a los saharauis? La única forma de salvar la monarquía alauita, cuya estabilidad está en las primeras preocupaciones de las cancillerías europeas, es evitando que Marruecos sea un país paria y obligar, a esa monarquía, a interiorizar los principios que tanto ha costado, a esa misma Europa, empezar a vislumbrar.