Alberto Buela, el gran filósofo argentino de la metapolítica, confunde la falta de representación política de los electores en el estado de partidos con el consenso defendido por la escuela de Frankfurt y especialmente por Habermas.
Toda la crítica metapolítica de Alberto Buela a la falsedad de la política actual se fundamenta, por tanto, en señalar al consenso entre partidos políticos, sindicatos, etc., como la esencia de la política, y olvida, sin embargo, la forma del estado impuesta en Europa desde la finalización de la segunda guerra mundial.
Al no tener en cuenta el verdadero motivo de la hipocresía y mentira de la política actual, es decir, el que los partidos políticos ya no son una parte más de la sociedad civil, tal como afirmaban Marx y Gramsci, sino que se han convertido en unos órganos más del estado, confunde el efecto con la causa.
La metapolítica del filósofo político argentino defiende el disenso frente al consenso en los siguientes términos: “el consenso o acuerdo de los grandes partidos políticos” se transformó en el fundamento moral de nuestras menguadas democracias.
Pero la democracia no se define por valores, sino por reglas.
Alberto Buela se lamenta, entonces, de que el consenso sustituye a la representación política de los electores pues es consciente que la pluralidad de los verdaderos representantes políticos de los distritos significará un disenso en una cámara o asamblea de representantes.
Por lo que, en el fondo, el filósofo de la metapolítica en América, está reconociendo que la verdad en política es el disenso de los diferentes intereses de los representantes, y que la mentira en política es el consenso producido por la falta de la representación electoral. Esto lo acerca a la visión de los repúblicos, pero, sin embargo y como he dicho, confunde el efecto con la causa.
La causa o motivo de la mentira política actual (el consenso) no es la filosofía de Habermas, sino las reglas del estado de partidos y, especialmente, el que los partidos, todos los partidos, ya sean el que está en el poder o en la oposición, ya sean grandes o pequeños, son parte del estado y de él reciben el dinero para su financiación, pero también para integrar a la población en el estado destruyendo todo intento de la organización autónoma de la sociedad civil y, de paso, desarticulando su ética.
La filosofía de Habermas es el efecto de la imposición del estado de partidos en Alemania y en toda Europa, no la causa.
El estado paga a los jefes de los partidos estatalizados y ellos obedecen al estado en los cargos estatales (“públicos”) y la sociedad civil – cuando existe- les molesta hasta cuando tienen que “actuar” cada cuatro años para conseguir los “votos”.
Sorprendentemente don Alberto Buela trata de explicar la falsedad de la política actual mediante la sustitución de un valor (disenso) por otro (el consenso), cuando lo que en realidad sucedió y sucede es la renuncia y olvido permanente de la virtud de una representación política verdadera.
Antonio Muñoz Ballesta